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Foto del escritorNayma Luna

Luminiscencia

Despertó. Aún con los ojos cerrados, supo que no estaba sola. Podía sentir cómo la observaban. Lentamente consiguió despegar los párpados, primero uno y luego el otro. Parpadeó con fuerza varias veces intentando acostumbrarse a la fuerte luz que la envolvía. «¿El sol?» Pensó. No recordaba qué le había ocurrido, pero sí que era el atardecer cuando salió de trabajar en la pequeña librería de sus padres. Luego, todo estaba borroso. Un fuerte dolor en la parte izquierda de la cabeza la obligó a tumbarse de nuevo tras intentar incorporarse sobre su improvisado camastro. Se llevó la mano allí, donde le parecía que miles de cuchillos aguijoneaban su cráneo y atravesaban su cerebro y sintió la cálida humedad en sus dedos. Sangre. Miró muy despacio a su alrededor sin casi mover la cabeza, intentando descubrir a quien la observaba desde las sombras del pequeño cuartucho en el que se encontraba. Al otro lado del habitáculo, tras una mesa y un par de sillas desvencijadas consiguió distinguir la forma de un cuerpo acurrucado en el rincón, oculto en la oscuridad que el foco colgante situado sobre su cabeza dejaba sin descubrir. Reconocía esa silueta. La habría distinguido en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. -¿Dónde estamos? -Preguntó con la boca seca y la garganta dolorida. La voz le salió ronca, como si llevase días durmiendo. Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde que salió de la librería. -No estoy seguro. En el sótano de una de las casas de las afueras...al norte. Cuando todo empezó, ese tío nos trajo en su coche y nos escondió aquí. -Al ver la expresión de su amiga arrugó la frente dejando entrever su preocupación. -No te acuerdas ¿verdad? Ella negó despacio con la cabeza. -Será por el golpe ¿Tampoco recuerdas eso? Una de esas luces te derribó justo antes de entrar aquí. Ese hombre...Ian. No, espera, Irah. Fue a buscar ayuda cuando te desmayaste. No creo que tarde. -¿Una luz me derribó? ¿De qué estas hablando, Ozz? -Dijo Maya con voz somnolienta, agarrándose la cabeza al tiempo que intentaba incorporarse de nuevo. -Y ¿Qué demonios haces en ese rincón? Pareces un fantasma. El chico se levantó torpemente ayudándose de la pared y una de las sillas, la cual crujió como si estuviese apunto de partirse, y fue arrastrando los pies hasta el catre en el que Maya recogía las piernas para dejarle espacio. La miró un momento, titubeante, y finalmente se sentó junto a su amiga intentando no acercarse demasiado a ella. Sin atreverse a mirarla a los ojos preguntó -¿Qué es lo último que recuerdas? Maya miró a Ozz buscando su esquiva mirada sin comprender por qué parecía que le tuviese miedo. Los verdes ojos de él, finalmente dejaron de huir y se resignaron ante la oscura mirada castaña de ella. -Recuerdo salir de trabajar. No consigo ver nada tras eso. Ozz apartó la mirada de nuevo y la posó en sus pies. ¿Cómo podría explicarle todo lo que había pasado, si ni él mismo lo sabía? Respiró hondo y se aclaró la garganta antes de hablar. -Te estaba esperando en el parque para acompañarte a casa. Cuando estabas llegando comenzaron los gritos. -Tragó saliva. -Yo no sabía qué ocurría, pero cuando la gente empezó a correr en todas direcciones fui hasta ti, te agarré y te llevé de nuevo hacia la librería. Pero antes de llegar empezaron a caer una especie de luces del cielo. -miró de reojo a Maya viendo el desconcierto en su rostro. Volvió a respirar hondo de nuevo. -No sé cómo explicarlo... Eran una especie de piedras hechas de luz blanca, solo que no parecían tener nada en su interior salvo esa luz. Un coche pasó frente a nosotros y paró. Este hombre, Irah, salió y nos gritó que entrásemos. Lo hicimos y nos trajo hasta aquí. La gente se había vuelto loca. Chocaban unos con otros intentando esconderse y nosotros estábamos en medio. Si no hubiese sido por él, se nos habrían llevado por delante o habríamos quedado aplastados bajo la multitud. Al llegar, bajamos del coche y corrimos hacia donde el hombre nos estaba llevando. Aquí. Pero escuché un fuerte estruendo tras de mí, algo así como un trueno. Al girarme te vi en el suelo con sangre en la cabeza. Estabas inconsciente y había una de esas piedras de luz a tu lado, manchada con tu sangre. -se levantó y comenzó a andar de un lado al otro de la habitación con pasos nerviosos, abrazándose a si mismo, como si quisiese entrar en calor. -No sé cómo decirlo, Maya, pero me pareció ver cómo esa luz... o lo que fuese, salía de su recipiente y entraba en ti. Sse... Se metía dentro de la herida de tu cabeza dejando la piedra con la forma de un cristal. Un cristal vacío. Maya se levantó de un salto, pero el dolor de la cabeza y la cegadora luz, le provocaron náuseas haciendo que tuviera que sentarse de nuevo rápidamente, casi dejándose caer al suelo y agarrándose en el último momento, quedando con una rodilla clavada en el frío cemento y las manos sujetando con fuerza el borde del viejo colchón. Arrugó las sábanas entre sus dedos y se impulsó despacio hasta sentarse de nuevo. No podía pensar. Apenas podía respirar. Se llevó la mano izquierda a la herida de la cabeza y palpó con cuidado. Lentamente, bajó la mano y miró sus dedos. Y entonces lo vio. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ahora comprendía el porqué del miedo en los ojos de Ozz. Él continuó hablando, ignorando las dificultades que tenía su amiga por comprender lo que le estaba ocurriendo. -Al principio no pasó nada. -Soltó una corta risa nerviosa. -incluso creí haberlo imaginado... ¡Qué estúpido!. Te cogí en brazos y ese tío nos trajo hasta aquí. Me pidió que me quedase contigo y se fue en busca de ayuda. A pasado como media hora. Tiene que estar a punto de volver... -Ozz, deja de andar, mírame y dime qué demonios me está ocurriendo, porque no creo poder seguir consciente por mucho más tiempo. El joven se quedó quieto donde estaba y se giró hacia Maya. Se revolvió los rizos castaños intentando despejar su cerebro y acto seguido se pasó las manos por la cara acabando con las palmas unidas sobre el pecho, como si estuviese rezando. -No sé qué te ha hecho esa cosa. -Estiró los brazos encogiéndose de hombros y los dejó caer de nuevo. -Yo sólo sé que estaba ahí sentado, a tu lado, cuando empezaste a brillar. Tu estabas ahí, inconsciente, y de repente la luz salió de ti por todas partes, envolviéndote, como si esa maldita piedra te hubiese contagiado algo o... -O realmente esa luz hubiese entrado en mí, tal y como creíste haber visto. -Terminó ella con voz temblorosa. Miró de nuevo sus dedos ensangrentados, viendo cómo la luz que salía de ellos se extendía a lo largo de todo el brazo y de todo su cuerpo. Sentía calor dentro de ella, pero no era un calor febril ni nada parecido. Más bien era algo extrañamente cálido. Como sentir el sol en la piel en un día de frío. Ozz se acercó a ella sin atreverse a tocarla. -Me asusté. -Dijo a modo de disculpa. -No sé qué ocurre ni si tiene solución. -Se acuclilló ante ella y la miró fijamente a los ojos durante un momento. -No se qué puedo hacer, Maya... Lo siento. A Maya se le escapó un leve sollozo y se cubrió rápidamente la boca con las manos. Se limpió los ojos antes de que brotaran las lágrimas, y se aclaró la garganta en un vano intento de normalizar su voz. -¿Sabes si hay alguna ventana? Me gustaría ver qué está pasando ahí fuera. Ozz se levantó y caminó hasta la puerta. Antes de abrirla se giró hacia su amiga y la miró de reojo. -Será mejor que te quedes ahí. Te avisaré si encuentro algo. -Dijo con voz trémula antes de salir, cerrando la puerta tras de sí. Una vez sola, Maya se permitió llorar en silencio. Escaleras arriba todo estaba oscuro. Ozz tanteó la pared a ambos lados hasta dar con el interruptor de la luz. Cuando las escaleras se iluminaron pudo ver algo mejor el lugar en el que estaban, ya que cuando habían llegado, con las prisas y el temor por su amiga inconsciente sobre sus brazos, apenas había mirado a su alrededor. Subió las escaleras. Dejando la luz a su espalda avanzó hasta un gran ventanal a su izquierda. Atisbó por los agujeros de la persiana, casi cerrada por completo. Humo, coches abandonados en mitad de la carretera con las puertas abiertas, pequeños fuegos aquí y allá, cristales de escaparates rotos por toda la calle... Y gente. Gente que, al igual que su amiga Maya, desprendía una luminosidad cegadora que hacía que quienes rodearan a esa persona saliesen corriendo lejos de su alcance. Se echó hacia atrás. ¿No había actuado él como esas personas, que habían abandonado a los suyos cuando más los necesitaban? Claro que tenía miedo, estaba tan aterrado que no sabía cómo sus piernas seguían sosteniéndolo aún. Sabía que su situación no era exactamente igual. Él había permanecido a su lado mientras su amiga estaba inconsciente, incluso después de haber presenciado cómo esa cosa... Esa luz entraba por la herida de su cabeza. Pero también era cierto que en cuanto empezó a brillar se alejó todo lo que las paredes del pequeño cuartucho le permitieron, temeroso de que al permanecer cerca, esa cosa también entrara en él. Era un miedo tan irracional, que le asombraba el cómo había sucumbido sin pararse a pensar ni un momento siquiera lo estúpido de su comportamiento. Se dio la vuelta y se dispuso a buscar la luz de la sala, cuando la puerta principal se abrió de par en par dejando al descubierto dos siluetas paradas en el umbral. Se encendió la luz, y un hombre alto, de melena clara y ojos oscuros lo miró con preocupación mientras agarraba del brazo a su acompañante, una chica de unos veinticinco años muy parecida físicamente a él, y la instaba a entrar cerrando rápidamente la puerta tras de sí. Era Irah, que venía con ayuda tal y como había prometido. -¿Cómo está? ¿A despertado? -Preguntó el hombre. Ozz se fijó en la escopeta de cartuchos que llevaba colgada al hombro. -¿Para qué quieres eso, Irah? -¿Qué pasa, chico? ¿Acaso no has visto cómo está la cosa ahí fuera? La gente se a vuelto loca. Tranquilo, no es para vosotros, pero a sido casi un milagro encontrar a mi hija sana y salva y no pienso dejar que nadie venga a hacerle daño ahora que estamos juntos. Venga, vamos a ver cómo se encuentra tu amiga. Liss es enfermera y traemos un botiquín. -Replicó Irah señalando a su hija con la cabeza, y se encaminó hacia las escaleras. Ozz se interpuso en su camino antes de llegar a ellas. -He visto por la ventana gente como... luminosa. ¿Sabes qué está ocurriendo? -miró brevemente la puerta a la que daban las escaleras, tras la cual estaba Maya brillando como la gente de fuera. -Ya está bastante alterada. No quiero preocuparla más. Irah observó el rostro del muchacho. No tenía más de diecisiete años, pero lejos de la ingenuidad de los chicos de su generación, que parecían dejarse el cerebro dentro de un tarro antes de salir de casa, éste era muy listo. Sabía que estaba intentando ganar tiempo, y eso sólo quería decir una cosa. Que la chica había empezado a brillar como la gente de la calle. La joven acompañante de Irah, su hija Liss, se adelantó un poco y se dirigió a Ozz hablando con voz suave. -Escucha, las cosas ahí fuera se están poniendo feas. Comprendo que no te fíes de nadie, pero he venido a ayudar a tu amiga. Si quisiera hacerle daño la habría dejado a su suerte y seguiría en mi casa, con mi padre, lejos del peligro que nos rodea. Ozz la miró con extrañeza. Ella se encogió de hombros y sonrió de medio lado. -Vivo en un quinto piso. Ésto no a llegado ahí arriba. -La chica... Ella también brilla ¿Verdad? -dijo Irah en voz baja. Ozz asintió con la mirada gacha. -Oye, no sabemos nada acerca de esas luces, y no pienso dejar el arma mientras mi hija cura a la chica, pero te prometo que estará colgada de mi hombro todo el tiempo. No la cogeré a menos que sea absolutamente necesario ¿De acuerdo? El chico asintió de nuevo no teniendo más opciones y comenzó a bajar las escaleras, seguido de Irah y de su hija que ya empezaba a prepararse comprobando el botiquín y poniéndose los guantes de látex. Maya escuchó las pisadas que bajaban por las escaleras y se abrazó las piernas, dobladas contra el pecho. Cerró los ojos y enterró la cara entre los brazos y las rodillas, como si al no verlos tampoco ellos pudieran verla a ella. Sentía cómo todo su cuerpo temblaba sin poder evitarlo. Y al fin la puerta se abrió. -¿Maya? -dijo Ozz en voz baja. -Maya, éste es Irah, el hombre del que te he hablado, el que nos ayudó. -Se giró hacia él. -Ha olvidado casi todo. Creo que es por el golpe. -Luego miró a Liss y apoyó la mano sobre su hombro empujándola levemente para que se acercase a su amiga. -Y ésta es su hija Liss. Es enfermera, ha venido a ayudar. Maya alzó los ojos para ver a la mujer que se acercaba a ella con una sonrisa tranquilizadora. Era guapa. Supuso que tendría alrededor de veinticinco años. Se notaba que era hija de su padre, se parecían muchísimo. Pensó en cuánto le habría gustado heredar el pelo de color claro de su padre, en lugar de ese pelo negro y lacio de su madre. Le gustaba, claro, pero a veces solía teñírselo para cambiar y parecerse más a su padre, como Liss a Irah. Sintió una punzada en el corazón al pensar en ellos. ¿Dónde estarían cuando todo empezó? ¿Estarían a salvo? ¿Se encontrarían bien? Supuso que ellos se preguntarían lo mismo sobre ella. Debían estar preocupadísimos. Otra punzada de dolor, más fuerte aún que la anterior la sacudió por dentro. Tenía que encontrarlos. -Hola, Maya. Sólo voy a echar un vistazo a la herida ¿Vale? Tranquila, no te haré daño. -Dijo Liss, y se sentó junto a ella mostrando más curiosidad por su situación que miedo. Con cuidado para no hacerle daño le cogió la cabeza metiendo las manos a través de la luz, y la giró para poder ver mejor la herida. Maya se dejó mover sin oponer ningún tipo de resistencia. -Es...es agradable, como meter la mano en un río de agua tibia. -Dijo mirando al hombre y al chico. -Qué curioso, pensé que quizá quemaría. -Dejó la cabeza de Maya y empezó a sacar cosas del botiquín. -Esto te va a doler un poquito, tengo que darte algunos puntos. Pero no te preocupes, enseguida te encontrarás mejor. Tómate esto e intenta no mover la cabeza ¿vale? tranquila, no tardaré mucho. -Dijo mientras le daba una píldora grande y alargada. Irah sacó de la mochila que tenía a la espalda un botellín de agua y se lo pasó a la temblorosa chica. Ella lo cogió y se tomó la pastilla con un par de tragos. Luego lo dejó apartado a un lado del camastro y agarró su pelo en dos coletas, una a cada lado, estirando. Liss no mintió. En un momento había terminado y ya estaba guardando las cosas de nuevo. Maya se giró hacia ella y la miró a través de la luz. -Gracias por ayudarme. -dijo secándose unas pocas lágrimas que se le habían escapado por el dolor, y girando la cabeza hacia su amigo Ozz continuó. -Pero ahora tengo que ir a casa. Debo encontrar a mis padres, y si no quieres venir conmigo lo entiendo pero yo tengo que irme ya, Ozz. Cuando salieron del caserón la noche envolvía la ciudad, pero no las sombras. Figuras luminosas aparecían aquí y allá vagando asustadas por las calles, de no ser por ellas desiertas, temerosas de volver a sus hogares y ser rechazadas por sus familias. Maya no sabía ni qué camino debía tomar, ya que ni siquiera recordaba cómo habían llegado hasta allí. Ozz, a su lado, señaló una gran avenida que parecía haber sufrido una batalla campal. -Ésta es la calle por la que vinimos, pero creo que sería mejor ir por bocacalles más estrechas. -dijo mirándola de reojo. Ella, comprendiendo por qué lo decía, se miró a si misma. Parecía una linterna gigante. Antes de salir de la casa habían probado a taparla con una manta para intentar evitar que brillase tanto, pero la luz lo atravesaba todo, por lo que no podía hacer nada para atenuar la luminosidad que desprendía. Asintió y comenzó a andar hacia un callejón a la izquierda de la avenida que bajaba. Ozz la siguió. A Liss no le había parecido bien dejarlos solos en medio del caos de la ciudad, pero su padre había puesto el punto final a la discusión entregándoles a los chicos la mochila con las provisiones que había traído con él y diciendo que cada uno debía librar sus propias batallas. Ellos estaban juntos ahora, padre e hija, y nadie sabría lo que tuvo que hacer para llegar hasta ella, ni la sangre que manchaba sus manos ahora. Ya había cumplido con la promesa de ayudar a la chica y era momento de volver a casa de su hija y esperar a que todo acabase. En primer lugar, nadie más había intentado ayudar a la joven pareja a parte de él. Los había puesto a salvo y les había ofrecido un lugar en el que resguardarse hasta que todo acabase. Si querían irse, ya no era asunto suyo. Así que tras despedir a los jóvenes, se encerraron de nuevo dispuestos a preparar las provisiones para su propio viaje. Al entrar en el callejón vieron decenas de esas piedras, algunas luminosas, otras vacías, esparcidas a lo largo de toda la calle. Caminaron esquivándolas hasta llegar a la entrada de otra calle, algo más ancha, que giraba levemente hacia la derecha. Más piedras. Más destrozos. Había alguna que otra persona vagando de un lado a otro desorientadas, que comenzaban a huir de ellos en cuanto veían a Maya y la luz que la envolvía. Ésta se agachó un momento cuando Ozz no miraba y cogió una piedra brillante y otra vacía. Las guardó y siguió caminando. No sabía bien por qué las había cogido, era como si algo la hubiese impulsado a ello. Pero no importaba. Supuso que eso debía ser lo primero si quería hallar una solución. Caminaron durante al menos dos horas, con los nervios a flor de piel y los músculos en tensión todo el camino, hasta llegar a un pequeño parque con altos árboles y varios sitios en los que poder resguardarse. Era agotador no poder relajarse ni un momento, así que decidieron ocultarse allí un rato y descansar. Ya dentro del parque, sumido como estaba en las sombras, con las pocas farolas que tenía rotas todas ellas, Maya era como la luz del sol en mitad de la noche. Se metieron entre unos arbustos altos que cubrían gran parte de su resplandor y descansaron allí un rato, a salvo del peligro que los acompañaba a cada paso que daban. Ya no eran las luces. Las piedras habían dejado de caer, pero no sabían de lo que los humanos eran capaces de hacer si se encontraban con alguien en la situación de Maya. Algunos huían, pero Ozz sabía de la crueldad de la gente y dudaba que todos hicieran lo mismo si se encontraban cara a cara con ellos. Allí estarían a salvo un rato, lejos de las miradas asustadas de los pocos que aún seguían en la calle, igual que ellos. Maya temblaba. Ozz la observó por el rabillo del ojo. Le dolía el corazón sólo de verla así de asustada. Alargó el brazo muy despacio, inseguro, y sin pensarlo dos veces para no cambiar de opinión la cogió de la mano. Ella lo miró un momento y sonrió con tristeza. -No tienes por qué hacerlo. Estoy bien, sólo... Un poco asustada. Se me pasará. -No dejaré que te pase nada, Maya. Estamos juntos en esto. -Replicó él en voz baja pero seguro de sí mismo. Maya se sorprendió ante aquella seguridad y una vez más, dio gracias al cielo porque no la hubiese dejado sola en ese nuevo mundo caótico y terrorífico. Tras decidir que iba a acompañarla, Ozz había cambiado ligeramente la ruta a seguir para poder recoger a su hermana Riley, suponiendo que se hubiese quedado en casa tal y como le habían ordenado sus padres, como castigo por no hacer los deberes de clase. No eran su familia real pero los quería como si lo fuesen. Sus padres habían muerto en un accidente hacía años, y ellos lo habían acogido en su hogar dos años después, cuando él tenía trece. Y aunque ciertamente los consideraba su familia, la única con la que realmente tenía un vínculo especial era su hermanita. Una niña de largas coletas castañas y unos grandes y preciosos ojos azules en una carita que había pasado demasiado tiempo al sol. Maya adoraba a la pequeña. Nunca tuvo hermanos pero de haber podido elegir habría sido alguien como ella. Un crujir de ramas sacó a ambos de su ensimismamiento. Ozz miró a Maya y se llevó un dedo a los labios para que no hiciese ruido, después, con cuidado, apartó unas hojas del arbusto donde aún se escuchaban los crujidos de lo que parecían pisadas y se asomó despacio. Una mujer de unos cincuenta años, una de esas figuras brillantes de la calle, se había hecho un ovillo en el suelo y se balanceaba lentamente como si estuviese en trance. Ni siquiera se volvió a mirarlo, aunque él sabía que la mujer había advertido su presencia. Siguió con su rítmico vaivén como si nada ya en su vida dependiese de ella, como si se hubiese dado por vencida y tan sólo se dejase llevar, esperando a que pasase lo que tuviera que pasar con la mirada perdida y el corazón apagándose lentamente. Ozz volvió junto a Maya. -Deberíamos seguir- dijo en voz baja. Maya asintió, y levantándose siguió a su amigo a través del arbusto del lado contrario al que se encontraba la mujer. Ya no les quedaba mucho camino. De hecho, estaba segura de que, a parte de por el cansancio, si habían parado era sobre todo por el miedo a la reacción de sus padres al verla. Aún con sus temores deslizándose hasta el nudo que tenía en el estómago, se obligó a continuar los pasos de su amigo, camino de la salida del parque. No habían avanzado más de cien metros, cuando Ozz sintió que la oscuridad lo alcanzaba "¿Maya ha dejado de brillar?" Se preguntó extrañado. De repente escuchó un gemido. A su espalda, algo más rezagada, Maya estaba parada en medio del camino rígida y temblorosa. -¿Maya? -Preguntó el muchacho sin saber que ocurría. -No no no no no, por favor, ¡¿qué me pasa?! ¡¡Ozz, no se qué ocurre, me está pasando algo!! -dijo ella con voz ahogada y el llanto abriéndose paso hacia su garganta. A través del manto de sus ojos, empañado por las lágrimas, pudo ver como sus brazos metían las manos en los bolsillos y sacaban de ellos las piedras que había recogido en el callejón, al poco de comenzar el camino de vuelta a casa, y las alzaban hasta la altura de sus ojos. No comprendía qué le pasaba. Era como si su cuerpo se moviese sólo, como si alguien se hubiese apoderado de ella encerrándola en su propio interior. Un murmullo aullante comenzó a surgir en la parte de atrás de su cabeza, como cientos de susurros y siseos que van subiendo el volumen de la voz a cada instante. Se escuchó, como si estuviese muy lejos, gritar a si misma de pura frustración por no poder resistirse a esos movimientos que no eran los suyos. Sus ojos se posaron en la piedra vacía. Un cristal transparente con la forma parecida a la de un rombo con las puntas redondeadas, una de ellas con una abertura desigual en uno de sus laterales. Era aplanada, un poco más grande que la palma de su mano, y opaca. Como si al perder la luz que contenía en su interior hubiese perdido también la vida. ¿Significaba aquello que ahora compartía su cuerpo con una de esas vidas? Como si fuese la respuesta a una pregunta no formulada la mano se abrió, dejando caer la piedra al suelo dando saltitos y rebotando hasta chocar con la base de una farola rota, al borde del camino. Sus ojos se posaron entonces en los de Ozz, abiertos en gesto de sorpresa y terror. El muchacho estaba levantando los brazos muy despacio con las palmas de las manos abiertas hacia ella.. -Espera, Maya...No lo hagas por favor... No lo... No le dejó acabar la frase. Vio como su otro brazo, cuya mano aún agarraba con fuerza la piedra que sí contenía su luz, se había alzado sobre su cabeza, listo para lanzar la brillante roca directamente sobre su amigo. Se había convertido en una marioneta manejada por un ser ajeno a ella, un ser extraño y poderoso que movía su cuerpo haciendo que le doliesen los músculos al intentar reprimir sus nuevas órdenes. Ella misma era ahora un ser sin cuerpo. Sin voluntad. Algo estaba guiando sus movimientos arrebatándole la libertad y hasta la misma conciencia. Por las justas dejándole ver lo que ocurría en el exterior, como un castigo cruel no merecido. Se había convertido en una hoja que se veía arrastrada por el viento sin poder evitarlo. -¡¡CORRE!! -Gritó, escuchando salir su voz raspada, por el esfuerzo sobrehumano que había tenido que hacer por controlar su propia garganta. Su garganta robada. Vio cómo Ozz daba un par de pasos torpes hacia atrás antes de intentar darse la vuelta y echar a correr, pero ella sabía que ya era tarde. Con un movimiento rápido y certero, con esos brazos que ya no le obedecían, porque ya no eran sus brazos, lanzó la piedra a los pies de su amigo estrellándola contra el suelo y haciéndola saltar en pedazos, dejando una especie de bruma sinuosa y dolorosamente brillante surgir como un suspiro de su interior y desplazarse con el viento hasta el rostro del joven, quien tan sólo podía observar como la luz entraba en él a través de su nariz y boca. Intentó huir, pero la luz era demasiado rápida. Intentó dar manotazos, sacudírsela de encima, pero ya era demasiado tarde. El aterrorizado chico, como última solución, tan inútil como las demás, contuvo el aliento y la respiración en un vano intento de detener el avance de aquella cosa que poco a poco se iba apoderando de él. La luz estaba ya en su interior, y como quien enciende una vela, poco a poco comenzó a brillar con la misma luz que hasta hacía sólo un instante estaba fuera de él, y ahora salía por sus poros como si llevase ahí toda su vida. El muchacho, brillando ahora igual que su amiga Maya, la persona que le había hecho eso, miró en la dirección que estaban siguiendo. Y como si pudiese ver a su hermanita pequeña frente a él, de algún modo, sabiendo que nunca más volvería a su lado, susurró su nombre con tal tristeza que hasta el mismo cielo parecía querer llorar. "Riley..." El joven se volvió con una mezcla de incomprensión y rabia en su mirada. Los dientes chirriando dentro de su boca y los brazos, rectos a ambos lados del cuerpo acabados en puños cerrados. La ira lo hacía temblar. -Te he ayudado, Maya. Me he quedado contigo, incluso he puesto en riesgo mi vida por llevarte junto a tus padres, pudiéndome haber quedado a salvo con Irah y su hija... ¿Por qué? -Preguntó en un resentido susurro. Maya no sabía qué responder. ¿Cómo podía explicarle que aunque parecía haber recuperado su cuerpo, un momento antes no era dueña de él ni de sus acciones? Ella misma seguía tratando de comprender lo ocurrido. -Ozz, no podía controlar mi cuerpo, no sé qué me ha ocurrido pero yo no quería... Su réplica se vio reducida a cenizas cuando los gritos de su cerebro se incrementaron de tal forma que, agarrándose la cabeza con ambas manos cayó al suelo de rodillas con un desgarrador grito sin voz en su boca. La ira de Ozz fue sustituida súbitamente por preocupación. -Maya, ¿Qué te ocurre? -Preguntó dirigiéndose hacia ella. Cuando estaba a un paso de ella otro ser luminoso, la mujer que se había acurrucado al otro lado del arbusto en el que habían estado, apareció en el camino dando tumbos y gimiendo. Al igual que Maya, cayó al suelo agarrándose la cabeza con la cara deformada por el dolor y las lágrimas saliendo como chorros por sus ojos hinchados y enrojecidos. ¿Qué estaba ocurriendo? Se arrodilló junto a Maya y la agarró de los hombros obligándola a mirarlo. Cuando la chica alzó la cabeza, él pudo ver el sufrimiento por el que estaba pasando grabado en sus ojos. Se dispuso a cogerla en brazos y cargar con ella lo que quedaba de camino, cuando algo, supuso que lo mismo que le estaba ocurriendo a su amiga, lo dejó clavado en el sitio mientras un dolor agudo, como miles de chillidos dentro de su cerebro se iban apoderando de él dejándolo sin aliento y casi sin sentido. Cayó al suelo junto a su amiga Maya, impotente ante la fuerza del dolor que se clavaba y giraba como un taladro a lo largo de todo su cerebro. Pudo ver, a través del fino velo que empañaba sus ojos, cómo su amiga Maya entre angustiosos jadeos señalaba algo. Al mirar, el aire quedó congelado en sus pulmones de puro terror. Los cientos de diminutos cristales, anterior recipiente de la luz que se había apoderado de Ozz, se estaban transformando en algo líquido, como miel transparente, que se arrastraban uniéndose unos con otros hasta quedar completo, y acto seguido se alargaba y se expandía en dirección a Ozz. También la piedra vacía que Maya había dejado caer junto a la farola, se estaba transformando y se deslizaba sinuosa como una serpiente hacia la agónica muchacha. Cada una de esas mantas traslúcidas había llegado a su destino, junto a los indefensos jóvenes que aún se retorcían de dolor en el suelo sin posibilidad de escapar. El cálido y cristalino líquido que no mojaba, se coló bajo sus cuerpos y fue abarcándolos lentamente hasta dejarlos encerrados en su interior. Una vez los chicos estuvieron envueltos completamente, el extraño líquido volvió a endurecerse hasta convertirse de nuevo en cristal. Un cristal, que por muchos golpes que recibiese no se abriría hasta haber cumplido su misión. Silencio. Maya abrió los ojos, consciente de lo que iba a encontrar, pero con una poderosa sensación de alivio en sus entrañas por el cese de los gritos dentro de su cabeza. Se incorporó, y el duro pero maleable cristal lo hizo con ella. Miró a Ozz que palpaba cada centímetro del suyo buscando una salida sabiendo que no la iba a encontrar, y se puso de pie, mirando a su alrededor en busca de más seres enjaulados. Quizá alguno tuviese respuestas. Sin embargo tan solo vio a la mujer del parque, que había padecido sus mismos tormentos con los mismos resultados. Solo que había algo distinto. El cristal alrededor de la asustada mujer comenzó a volverse líquido de nuevo, liberándola de su prisión y dejándola asustada y confusa, con la mirada clavada en el extraño material líquido que parecía estar disolviéndose de forma espontánea. Su mirada se cruzó de repente con la de Maya, cuyos ojos se abrieron como platos al observar cómo la brillante luminosidad de la mujer se iba desvaneciendo poco a poco, como si hubiese sido descartada, más que liberada. Maya, de algún modo supo con total seguridad que eso no les iba a ocurrir a ellos. Habían sido elegidos para algo, aunque no sabía si eso era bueno o malo. Lo único que sabía era que todo iba a cambiar a su alrededor, y eso la asustaba. La mujer había desaparecido. Había empezado a correr gritando que volvía a casa y se había perdido en la oscuridad del parque. Al menos alguien volvería con sus seres queridos. Un movimiento brusco alertó a Maya de que algo estaba a punto de suceder. Su mirada se posó en la de Ozz y permaneció allí. Ninguno de ellos se movió, tan sólo se miraban el uno al otro como si así fuesen a encontrar alguna respuesta. El material que envolvía a los jóvenes comenzó a moverse despacio. Se elevó lentamente, sólo unos centímetros del suelo y se quedó ahí. Los dos amigos seguían mirándose el uno al otro paralizados, con las manos apoyadas en la pared de cristal, como si de ese modo encontraran la calma que necesitaban para no volverse locos. Tras unos minutos comenzaron a elevarse más y más. Iban dejando la ciudad a sus pies a través de un fino cristal que dejaba el suelo cada vez más lejos y los edificios y personas cada vez más pequeños. La calma desapareció de Maya, quien intentando contener la histeria comenzó a llorar sentándose en el cristalino suelo y abrazándose con fuerza las rodillas. Ozz la observó, con el terror recorriendo sus venas y la desesperación intentando abrirse paso a través de la sangre fría del muchacho. No sabía qué podía hacer, o si acaso podía hacer algo, así que llevó a cabo la única idea que se le ocurrió. Se puso de medio lado y comenzó a dar fuertes golpes con el hombro a su prisión, la cual cada vez se acercaba un poco más a la prisión de Maya. Ella lo observó sin poder dejar de llorar y sin comprender qué era lo que intentaba. Ozz siguió adelante, y cada vez estaba más cerca de su amiga. Finalmente los dos cristales se tocaron tintineando, y en un instante, el punto en que se habían tocado se abrió uniendo los bordes de uno con los del otro creando una sola prisión de cristal y dejando a los dos jóvenes juntos y abrazados, mientras veían cómo el mundo quedaba abajo. Muy abajo y lejos de su alcance. De repente su avance paró y se quedaron quietos por un momento, observando el suave movimiento de las nubes a sus pies. Maya alzó la mirada hacia Ozz, quien la abrazaba con fuerza creando un solo ser luminoso en lugar de dos, y preguntó con voz trémula -¿Extraterrestres? -La palabra sonaba casi ridícula en su boca, pero dada la situación no se le ocurría otra respuesta. Ozz negó con la cabeza -No lo sé. Tal vez. Ella volvió a bajar la cabeza no queriendo ver lo que ocurría, pero sin poder evitar dejar un ojo abierto. El habitáculo transparente que los rodeaba comenzó a descender de repente. ¿No iban a una nave espacial? ¿Porqué bajaban de nuevo? Ninguno de los dos comprendía nada. En un momento, al cruzar un manto de nubes blancas y esponjosas algo pasó. Hubo una distorsión en torno a ellos y una extraña luz azul se extendió fugazmente por todo el cielo hasta donde alcanzaba su vista, desapareciendo súbitamente un instante después. El ambiente a su alrededor pareció temblar un momento y rápidamente todo volvió a la calma, mientras ellos, totalmente ignorantes de cuanto ocurría siguieron descendiendo. Conforme se iban acercando, más cuenta se daban de que no volvían al mismo lugar que momentos antes habían abandonado. La burbuja que los llevaba a su desconocido destino aminoró la velocidad y poco a poco las formas de ese nuevo lugar al que se aproximaban rápidamente, fueron definiéndose hasta cobrar la apariencia de cosas conocidas y extrañas al mismo tiempo. Habían llegado. Justo a sus pies se hallaba un gran edificio abierto, con forma ovalada, en el que más burbujas luminosas, muchísimas más burbujas luminosas con gente igual de aterrorizada que ellos en su interior, llegaban al suelo y se veían libres al fin de su prisión de cristal, ésa prisión que los había arrancado de su hogar pero que también los había protegido en su viaje sin ellos saberlo siquiera. Es curioso como el terror puede hacerte olvidar todo lo que hay a tu alrededor. Ninguno de los chicos se había percatado de toda la gente que los rodeaba pasando por su misma situación. La mayoría de ellos incluso más asustados si cabe, ya que Maya y Ozz eran de los pocos que compartían receptáculo, dándose cuenta ahora de que la gran mayoría de los que llegaban al gran edificio ovalado no habían tenido esa suerte. Llegaron. Sus pies tocaron el suelo y el extraño cristal que los había traído se volvió líquido una vez más, separándose en dos y volviendo a convertirse en rocas de cristal transparente cómo las que habían caído del cielo en lo que hasta ahora había sido su hogar. Solo que seguían sin brillo, sin vida, ya que ésta aún permanecía en los jóvenes recién llegados. Eran libres al fin. Libres en un lugar desconocido, rodeados de gente desconocida y con el miedo incrustado en sus corazones de tal modo, que no creyeron posible que en algún momento de sus vidas pudiese desaparecer. Un hombre de unos cuarenta y muchos años, con bata azul cielo y un dispositivo electrónico parecido a una tablet, como todos los que estaban atendiendo a los recién llegados, se acercó a ellos con expresión extrañamente feliz. Recogió las translúcidas piedras e introdujo una especie de código en la tablet. Acto seguido las rocas de cristal se quedaron de un brillante color negro, como preciosos trozos de obsidiana. -Bienvenidos, amigos. Vuestra llegada nos hace realmente felices. -Dijo con profunda sinceridad. -Mi nombre es Lucien, si me acompañáis os llevaré a uno de los establecimientos libres y podremos empezar con la entrevista. Los chicos se miraron el uno al otro esperando encontrar una respuesta que no estaba ahí. -Seguidme, por favor. -dijo el hombre al ver que ninguno de ellos tomaba la iniciativa y comenzó a caminar, mirando a su espalda de vez en cuando y asegurándose que los desconcertados muchachos seguían tras él. Llegaron a la zona interior del edificio y entraron en un ascensor para subir al sexto piso, a juzgar por los números rojos que iban ascendiendo con cada planta que pasaban. Salieron al abrirse las puertas y Lucien los guió a través de una serie de pasillos llenos de más puertas, hasta llegar a una de madera color cerezo con molduras en forma de flores y manilla plateada. Aquel hombre, el cual aún no había dejado de sonreír cada vez que miraba a los jóvenes abrió la puerta y al entrar, tras separar dos juegos de llaves del abarrotado llavero, les entregó uno a cada uno de ellos. Era un piso acogedor. Con las paredes de color tierra en los espacios comunes y azul cielo, como la bata de Lucien, en las habitaciones. Los muebles eran de madera y los sofás amplios y cómodos. Tras enseñarles el lugar les ofreció un vaso de agua y les instó a sentarse en el sofá grande con un gesto de la mano, mientras él tomaba asiento en el sillón más pequeño. Maya seguía temblando. ¿Que estaba ocurriendo? ¿Se suponía que ese iba a ser su nuevo hogar? Ella no quería un nuevo hogar. Quería volver a su propia casa con su familia. Al pensar en ellos le dieron ganas de llorar. Parecía llevar años sin verlos, en lugar de unas pocas horas. Al menos tenía el consuelo de haberse podido despedir de ellos de una manera cariñosa, no como salía en la tele que siempre decían -"Lo último que le dije fue que lo odiaba." -y cosas del estilo. Ella les había dado un beso y un abrazo a cada uno y se habían dicho que se querían, antes de que ellos se fueran y la chica se quedase en la librería con sus quehaceres diarios. Sólo esperaba que si no volvía a verlos, también ellos recordaran ese hermoso momento. El pitido que hizo el dispositivo electrónico de Lucien al encenderlo de nuevo, sacó a Maya de su ensimismamiento haciendo cambiar su visión de algo hermoso, a algo oscuro y frío, como un agujero en un bloque de cemento, por muy acogedor que fuese el lugar en el que se encontraban. -Muy bien, empecemos por vuestros nombres. -Dijo alzando la cabeza y mirando a Maya directamente, esperando una respuesta. La chica le miró un momento como si le costase trabajo entender sus palabras. Tras parpadear un par de veces intentando despejar su mente respondió. -Mi... Mi nombre es Maya, Maya Parker. -Dijo aún algo aturdida. Lucien lo apuntó rápidamente en esa tablet tan extraña que no soltaba ni perdía de vista en ningún momento. -Bien, ¿tu fecha de nacimiento? -continuó el hombre. -Veintiuno de octubre del noventa y ocho. -¿Aquí? Perdona, Quiero decir en... -Si. -le corto ella comprendiendo a que se refería. -Aquí. Al menos ya iba desvelando parte del misterio que rodeaba todo aquello, aunque eso no hiciera que se sintiera mejor. Lucien la miró con curiosidad un rato antes de apuntar los nuevos datos. "Chica lista", pensó al tiempo que arrastraba el dedo por el extraño teclado del aparato, mientras Ozz, sin comprender nada, miraba de uno a otro preguntándose que se le estaba escapando. Lucien continuó, sin percatarse de la mirada del muchacho. -Vale, Maya. Sólo queda que me digas el nombre completo de tus padres y habré terminado contigo por el momento. Maya asintió, viendo cómo se le nublaba la vista y sintiendo las primeras lágrimas recorriendo sus mejillas con suavidad, quemando allí por donde pasaban. -Mi padre es Alan Parker y mi madre Zoe Donoban. Al introducir los nombres el aparato emprendió una búsqueda entre cientos de nombres más, que Lucien puso en segundo plano mientras preparaba una nueva ficha para recoger los datos de Ozz. Éste, sabiendo las preguntas que le iban a hacer, se adelantó y dijo todos sus datos sin esperar a que Lucien estuviera preparado. Quería acabar cuanto antes para que aquel hombre les contase qué demonios estaba ocurriendo y saber cuando, o si alguna vez podrían volver a sus casas. -Yo soy Ozz Sanderson. Nací aquí el veintisiete de julio del noventa y ocho y mis difuntos padres eran Edgar Sanderson y Sandra Coelho. Pero la familia con la que vivo son Patrick Poe, Claudia Rothfuss y su hija Riley. Y ahora, si hemos acabado, ¿puede decirnos qué nos a ocurrido, qué estamos haciendo aquí y qué demonios eran esos cristales y estas luces que nos envuelven, por favor? Su voz sonaba con una calma irónica, rota trágicamente por el temblor de sus labios, pero su mirada era resolutiva. Quería respuestas y las quería ya. Lucien, tras introducir todos los datos del joven realizó una nueva búsqueda. Mientras ésta se completaba se levantó, rellenó los vasos de agua de los chicos y se puso otro para él, antes de sentarse de nuevo mirándolos nervioso, sin saber muy bien cómo explicarles lo sucedido de una forma que pudiesen comprender. -Sé que ésto va a sonar extraño, pero creedme, no es ciencia ficción. Nuestro mundo estaba muriendo. La capa de ozono estaba al límite y teníamos que hacer algo urgentemente, de modo que nuestros científicos crearon algo que podría solucionarlo. Debéis entender que nuestro mundo es parecido, pero al mismo tiempo con ligeras diferencias al vuestro. Los chicos se miraron, Maya confirmando sus sospechas, Ozz sin comprender, o quizás sin querer comprender lo que estaba escuchando, pero ambos guardando silencio. Lucien continuó. -Nuestra evolución a sido más tecnológica que la vuestra y, me temo, que ese a sido el mayor de nuestros fracasos como personas. En nuestro afán por crecer tecnológicamente hemos destruido nuestro planeta de manera casi irreversible, pero como ya os he dicho llegamos a tiempo de salvarlo, solo que en el proceso, perdimos lo más preciado tanto para el planeta como para nosotros mismos. No voy a aburriros con detalles que no podáis comprender. La cuestión es que hace algo más de doce años, los cerebros del proyecto decidieron lanzar a la atmósfera una especie de gas reparador que supuestamente, según las pruebas realizadas previamente, era inocuo para los seres vivos, ya sean personas, animales o plantas. Y al principio todo fue bien. El planeta se estaba recuperando, por así decirlo. Pero de repente, al poco de soltar el gas, éste se mezcló con otras sustancias mientras caía de nuevo a la tierra haciéndolo mutar de tal manera que se convirtió en una especie de niebla tóxica. Una niebla tóxica, que acabó con todos nuestros jóvenes y niños en pocos días y esterilizó al resto de humanos que quedamos con vida. El planeta, quedó habitado tan sólo por personas de más de treinta años que no podían crear vida. Algunos más jóvenes, otros... Unos pocos tenían suerte de seguir vivos con veintisiete o veintiocho años, pero la gran mayoría, como os he dicho superaban los treinta. -Lucien dejó escapar un profundo y triste suspiro, recordando el aciago momento y negó con la cabeza despacio mientras se pasaba los dedos por la frente y los deslizaba hasta la sien. Continuó. -Al haber avanzado tanto en lo referente a la tecnología, logramos crear un modo de viajar entre dimensiones. Los cristales que os trajeron aquí. Al principio abríamos grietas para examinar las diferencias entre unos mundos y otros y apuntar como posibles objetivos a los más parecidos al nuestro. Más tarde, cuando creímos que serían suficientes, comenzamos a mandar las cápsulas para detectar a jóvenes como vosotros y traerlos aquí. No muchos, sólo el cero coma cero cero cero dos por ciento de la población, a veces menos. Depende de la relación entre humanos y recursos de cada dimensión. Aún así... -Por un momento se quedó sin palabras, incapaz de mirar a los ojos a dos de esos niños raptados, en un intento por suplantar a los que habían perdido. Sabía que no era justo. Lo sabía. Pero ¿qué más podían hacer? ¿Dejar morir su mundo, llevándose todos los descubrimientos y creaciones que habían hecho, con él? Más adelante podrían compensar a esos otros mundos con medios para detener la hambruna, las enfermedades y varias plagas más que los azotaban sin piedad y sin ningún tipo de remedio posible, hasta ahora. Los miró con la vergüenza devorándole el alma, y ante sus miradas incrédulas, perplejas y furiosas al mismo tiempo, susurró algo parecido a un "Lo siento", antes de beberse de un trago lo que quedaba en su vaso de agua, deseando que fuese algo mucho más fuerte y amargo. -Enviamos cápsulas a todos los países, unas pocas a cada uno, para que las nuevas generaciones sigan manteniendo cada una de las culturas de las que provenís. -se aclaró la garganta incapaz de mirarlos de nuevo, y dejó pasar unos segundos antes de continuar, dándoles tiempo de asimilar toda la nueva información recibida. No era el primer traspaso, como llamaban ellos al secuestro que era en realidad, pero sí era la primera vez que a Lucien le tocaba presentar su mundo a los recién llegados. Había pensado, al principio, que sería interesante poder explicarles las diferencias de su mundo a éste y mostrarles sus avances tecnológicos. Pero no había pensado en cómo de aterrorizados e impotentes debían de sentirse aquellos jóvenes elegidos para repoblar su planeta, tras haberlos arrancado de sus hogares, familias, vidas...De todo cuanto habían conocido y amado, y además ver como sus captores esperaban un -"Gracias por ésta gran oportunidad de ser vuestros nuevos animales de cría en este planeta moribundo." Continuó. -La luminiscencia que os envuelve es un vapor, que al entrar en contacto con vuestro cuerpo recopila información básica sobre vosotros. Cosas como el grupo sanguíneo, enfermedades sufridas y a las que seáis proclives, si tenéis problemas a la hora de engendrar... Bueno, ya me entendéis. Como un informe médico completo de toda vuestra vida. También revisa nuestra base de datos para asegurarse de que no estáis en ella. De lo contrario habríais sido rechazados. No podemos reunir personas repetidas en una sola dimensión. -Pensó un momento, como si se dejara algo. -Ah, si... La calidez que sentís, la provoca vuestro propio cuerpo al notar una presencia ajena, extraña, pero no debéis preocuparos, es inofensiva para vuestro organismo. Cuando termine de examinaros desaparecerá sola de vuestro cuerpo tras mandar los datos a nuestra base médico-científica. No lo notareis, simplemente dejareis de brillar y... -Justo antes de que los cristales nos capturasen, -Le cortó Maya sintiendo cómo la ira pasaba por encima del resto de sentimientos. -Mi cuerpo comenzó a actuar por sí mismo, como si estuviese poseída por algo que no podía controlar. Me obligó a liberar uno de esos vapores luminosos para capturar a Ozz. ¿Por qué? -A pesar de conocer la respuesta, necesitaba escucharla en boca de otro. Lucien no se esperaba la pregunta. Miró a Maya, luego a Ozz y otra vez a Maya. Se lo pensó un momento antes de responder. -También sentisteis un dolor agudo y muy fuerte en la cabeza por un momento ¿verdad? -Ambos asintieron. -Eso lo provocó una especie de nanotecnología mucho más avanzada de la que hay en vuestro mundo, que es transportada dentro del vapor luminoso como tu dices, en el momento de sincronizarse con vuestros cerebros. Verás, éstas nano-partículas están diseñadas para que piensen por sí mismas como lo haría un cerebro normal. Si al realizar el análisis previo, a través de la lectura de pulsaciones, hormonas, movimiento de las pupilas etcétera, hubiesen comprobado que te sientes atraída hacia Ozz, y en ese momento ese cerebro creyó que había más posibilidades de que quedaras embarazada al estar con alguien a quien deseas, si el tiempo predeterminado para volver estaba ya en su cuenta atrás, según su lógica actuaban de la forma más adecuada, teniendo en cuenta que, al acabarse el tiempo, no habría más posibilidades de que Ozz terminara dentro de una cápsula al igual que tú. Maya estaba atónita. Jamás habría imaginado la lógica de esas... nano-cosas. Entonces recordó. -Había una mujer de unos cincuenta años junto a nosotros cuando los cristales cambiaron y nos envolvieron, pero a ella la soltaron... Fue por eso ¿No? ¿Fue desechada por no poder tener hijos? -Interrumpió Maya rememorando la sensación que tuvo en ese momento de pánico de que así como ellos habían sido elegidos para algo que, aunque en ese momento no sabían que era ahora lo tenían bien presente, ella había sido descartada. Lucien asintió con la cabeza gacha. -Así es. No podemos controlar dónde caerán las cápsulas, por lo que siempre hay descartes de ese estilo. -El hombre alzó la mirada. -No queríamos causar sufrimiento a nadie pero, aunque ahora no podáis verlo, cuando salgáis de aquí y veáis nuestro mundo con vuestros propios ojos comprenderéis que no teníamos más opciones. -Miró hacia la ventana con la nostalgia del recuerdo de su mundo cuando aún estaba bien, siendo él un niño, y la tristeza llenó sus ojos por ver cómo estaba ahora. Maya y Ozz siguieron su mirada, incapaces de imaginar qué encontrarían una vez fuera del edificio. -De todas formas, a pesar de todo el daño que la niebla tóxica causó en nosotros, hace años que desapareció de la atmósfera, por lo que todo recién llegado está a salvo de sus efectos. El "bip, bip" de la tablet de Lucien anunció que la búsqueda había terminado. Él, miró la pantalla un largo momento y luego miró a los chicos con expresión inescrutable. El trabajo de Lucien había terminado. >TRES AÑOS DESPUÉS< Maya observaba a la hermosa criatura que dormía acunada sobre sus brazos. La habían llamado Riley en recuerdo a la hermana perdida de Ozz. Aunque en realidad no se parecía en nada a ella ya que había sacado el pelo negro de Maya y los ojos verdes de Ozz, pero ambos habían estado de acuerdo en que llevara su nombre. Ahora vivían en un barrio de las afueras de la ciudad, en una casita de cuatro habitaciones, cocina, salón y dos baños. Grande para ellos solos, pero pequeña en comparación a las casas que había más hacia el centro. Ambos trabajaban en la pequeña librería de los padres sustitutos de Maya. Al poco de llegar a ese mundo al que ahora llamaban hogar, habían aparecido en la puerta del apartamento que les habían asignado, las respectivas familias de ambos. Resultó que en esta dimensión, los padres biológicos de Ozz no habían sufrido el terrible accidente que en su antiguo mundo había acabado con sus vidas y con Ozz viviendo con una nueva familia. Los agentes de búsqueda, como se denominaba a las personas designadas a encontrar y reunir a los recién llegados con sus familias sustitutas o de acogida, habían ayudado al chico a buscar a sus otros padres y a su hermanita, pero aunque sí los habían encontrado, la pequeña Riley no había llegado a nacer, ya que en el momento en que debería haber nacido, éste mundo ya sufría los terribles efectos de la niebla tóxica por lo que sus padres, quedaron estériles antes incluso de pensar en tener un hijo. La familia de Maya sin embargo, eran exactamente iguales a sus auténticos padres, aunque ello no aplacase en absoluto el dolor que sentía la joven cada vez que pensaba en ellos, y en cómo debían sentirse ante su inexplicable pérdida. En esta realidad su padre sustituto había cedido el control de la librería a su esposa, ya que él tenía otro empleo en el sector del control y almacenaje de datos de recién llegados, y ésta se ocupaba solamente del tema económico dejando a Maya y a Ozz el resto de decisiones y responsabilidades. Eran felices. Tenían una bonita casa, unas familias que aún después de tanto tiempo seguían esforzándose por facilitar las cosas todo lo posible a los jóvenes, sintiendo que debían cuidar de ellos por los padres a los que se los habían arrebatado, y la hija que acababan de tener había llevado luz y esperanza a un mundo en el que hasta hacía poco sólo contenía sombras, y a sus vidas, una razón para querer hacer las cosas bien y no caer de nuevo en la tristeza que los consumió a su llegada a éste mundo. Riley tendría una vida fácil y feliz, y eso era todo lo que importaba.

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