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La cura de Hael

Los altos edificios van quedando atrás como gigantes de acero y cristal, inmóviles, con sus miles de ojos vigilando en todas direcciones, mientras sigo corriendo entre ellos intentando hacerme invisible. Ya se habían encargado de mi hermano, lo habían alcanzado y... No. Mejor no perderse en los recuerdos. Debo desaparecer si no quiero acabar igual que él. De pronto las sirenas de toque de queda comienzan a sonar, tan atronadoras que tengo que llevarme las manos a los oídos sin dejar de correr, perdiendo el equilibrio por un momento que casi me hace caer. Casi, pero recupero el paso e intento avanzar aún más deprisa. Si los guardianes rojos me encuentran no habrá servido de nada. La escapada con Hael y papá por las alcantarillas, dejando pequeñas muescas aquí y allá en las esquinas o en los bajos techos de metal para no perdernos por si en algún momento debíamos encontrar el camino de vuelta, cuando la zorra de la colega de laboratorio de papá, lo denunció a la empresa y las autoridades de la misma cuando éste llevó las medicinas experimentales a mi hermano sin las cuales iba a morir en pocos días. No quería probar la cura en él, pero de no hacerlo, la muerte era segura. Cuando los sicarios de esa misma empresa nos encontraron y acabaron con él justo antes de que mi hermano y yo consiguiésemos escapar, sólo gracias al precioso tiempo que papá consiguió darnos haciendo que centrasen su atención solamente en él. La terrible y agónica muerte de Hael cuatro días después, provocada por el líquido del dardo que le habían logrado disparar en la espalda la segunda vez que nos encontraron, justo a las puertas del viejo almacén en el que habíamos pasado la noche, el almacén de carburano hydrogenado. El carburante con el que alimentan los vehículos de ahora, tan modernos y caros que sólo los más ricos y poderosos pueden permitirse. "¿Porqué no una bala?", me pregunté al principio. El recuerdo de la voz de papá respondió en mi cerebro. "El líquido del Dardo destruirá la cura en la sangre de Hael. Una bala, no." Sólo quedo yo. Yo, y las muestras de medicamento que me dio papá para que escondiese hasta que llegásemos a casa de su amigo. Aquel quien debía ponernos a salvo y dar a conocer al mundo entero ese gran descubrimiento que nos querían arrebatar de las manos. Ese medicamento, que en primera instancia había salvado a mi hermano de la enfermedad sanguínea que asolaba ahora al mundo entero, desde los bajos fondos hasta los altos rascacielos, y para el que se suponía que no había cura. Hasta que papá la creó, claro. Ya queda poco. A través de la gente que corre a sus casas para llegar antes de que empiece el toque de queda, del que las sirenas todavía están advirtiendo, alcanzo a ver el tren de metales ligeros que me llevará a mi destino. he tenido suerte. No, no suerte. Ventaja. Ya que la empresa de papá al principio creía que mi hermano era la única prueba que teníamos con nosotros del nuevo medicamento. No se dieron cuenta hasta varios días después de los viales que habían desaparecido de los laboratorios de pruebas en los que la colega de papá los guardaba al principio. pero debía seguir corriendo. Si paraba, aunque sólo fuese para coger aire durante unos minutos, la enfermedad que ahora también infectaba mi sangre me ralentizaría de tal modo que seguro me encontrarían y harían desaparecer, llevándose los viales de vuelta consigo. Mientras siguiese corriendo, el oxígeno de mi sangre mantendría a ralla la enfermedad, permitiéndome cumplir la última misión de mi familia. Por eso no podía parar, por eso, y por los guardianes rojos, como llamaban a los sicarios que contrataba la empresa para acabar con gente como yo, que me seguían los pasos de demasiado cerca todavía. Llego justo cuando el tren inicia su marcha de nuevo. Corro tras él intentando alcanzar los agarres de su puerta trasera pero no logro sujetarme a tiempo y caigo rodando sobre las vías de metal caliente. Un gruñido de frustración sale de mi garganta al tiempo que las lágrimas abandonan mis ojos. Golpeo las vías con los puños quemándome la piel sin importarme. -¡Lo he perdido! -Sollozo, con el ánimo y la esperanza totalmente destruidos. -¡Lo he perdido... Todo! De repente alguien me agarra por la cintura poniéndome en pie y empujándome al otro lado de las vías, lejos de la vista del resto del mundo. Mi corazón se para. Me giró con un fuerte temblor recorriendo mi espina dorsal y veo sus ojos. esos preciosos ojos pardos como los que había visto en la foto que papá me enseñó justo antes de abandonar nuestra casa. Nuestro único hogar. Esos ojos que ahora mismo me miran con preocupación, antes de desviarse a ambos lados en busca del resto de mi familia, ya desaparecida. -¿Sólo estás tú?, ¿Sólo tú, pequeña Gissel?, ¿Sólo tú has conseguido escapar de ellos? Asiento con la cabeza sin poder hablar por culpa de la emoción, mientras me dejó caer sobre su pecho y comienzo a llorar desconsolada. Estaba a salvo. Lo había logrado. La cura de papá salvará al mundo. Y en lo único que puedo pensar, es en que nadie los había salvado a ellos...

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