La miré a los ojos deseando que el tiempo se ralentizase, sólo para poder ver como ocurría. Sólo para alargarlo un poquito más. Pero los segundos siguieron su ritmo despreciando mis súplicas y riéndose de mis desesperados intentos de hacer la transición más lenta.
Empecé.
Sentí cómo un viento gélido recorría mis pupilas y las abandonaba al instante para redirigir su camino a los preciosos ojos de ella.
No se movió. Tan sólo dejó escapar un gemido ahogado cuando sintió mi poder recorriendo su cerebro e instalándose en los huecos de su memoria, arrebatándole todo aquello que no deseaba. todo cuanto la había hecho sufrir desde que... ¿Desde qué?
Ya había desaparecido. Ya no podía recuperar ese primer momento, culpable de un camino de sufrimiento que ahora se evaporaba de su cerebro sin dejar ni rastro de lo que en su momento fue toda una vida.
Un brillo de pureza parecido a la ingenuidad infantil brotó en su mirada, desbordándose en las lágrimas de haber perdido algo que ya no recordaba si quiera. Algo que para ella nunca existió.
Aunque no fue sólo para ella.
Sí. Se preguntará durante el resto de su vida que ocurrió en esos dos años perdidos. Desaparecidos para siempre, no sólo de su memoria, si no de la existencia misma.
Se preguntará porqué nadie puede darle respuestas. Porqué tomó esa decisión. Y porqué ese chico la observa con añoranza cada mañana desde la cafetería de delante de su casa, quien desaparece cada vez que ella intenta acercarse para preguntar si se conocen de algo...
No importa. Las dudas y la incertidumbre por un pasado desaparecido son mucho mejor que la alternativa.
Ya no me recordará más. Ni ella, ni nadie que haya estado implicado en nuestras vidas durante estos últimos años.
Sacudió la cabeza. Me miró algo nerviosa porque no sabía qué hacíamos sentados en la misma mesa de la cafetería.
Luego me observó como si intentase recordarme, pero no podía. Ya no.
Me levanté despacio y le sonreí con tristeza mientras las palabras abandonaban mis labios;
«Perdona, me he equivocado. No eres tú.»
Y me di la vuelta dirigiéndome a la calle, pasando junto al camarero que nos sirvió el café casi cada día desde que me fui a vivir con ella. Y junto al dueño del quiosco de periódicos de la esquina que siempre va ahí a almorzar. Y junto a la vecinita de al lado, que siempre va con su pastor alemán a todas partes. Ninguno de ellos me recordaba ya.
Que triste. Ni siquiera el perro recordaba haberme conocido alguna vez.
Al menos ella podría empezar de cero sin todo el dolor que le causé desde que este poder... Esta maldición, llegó a mi vida. Cuando le hice olvidar al chico del gimnasio que siempre la hacía reír con sus palabras, incluso olvidó que alguna vez hubiese ido a un gimnasio. Y cuando arrebaté de su mente la noche que me pilló borracho besando a aquella chica del bar, de quien ni siquiera sabía el nombre.
Cuando le hice olvidar discusiones, de las cuales siempre era yo el único culpable.
Y tantas cosas más...
Yo me lo busqué. Sólo yo fui el responsable de su sufrimiento, y el culpable de su decisión de olvidarme. A mi, y a toda nuestra relación.
Y por eso no se lo negué.
Cuando se dio cuenta de los muchos espacios en blanco que había dejado en su cabeza, en su vida, y cuando se dio cuenta de que sólo podía ver lo perfecto que yo era, sin defectos que pudiera recordar, ni gritos, ni discusiones, ni malas citas de las que reírnos años después al rememorarlas...
Por eso no se lo negué, y por eso me he borrado a mi mismo no sólo de su vida, si no de la existencia en sí.
Ahora sólo yo poseo el recuerdo de cientos de vidas alternativas, creadas por la alteración de los recuerdos borrados. Momentos eliminados.
Sólo yo camino con el peso del dolor de todos ellos y el arrepentimiento, devorando mi alma sin piedad y haciendo de mis largos días de vida una tortura eterna.
Nadie ya me recuerda, ni siquiera mis padres. Nadie ya sabe quién soy. Es mi castigo. Es mi decisión.
Y es la última vez que uso mis poderes.
Porqué a veces, conseguir lo que más deseas, es lo único que necesitas para arruinar tu vida.
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