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Foto del escritorNayma Luna

EL SONIDO DE LA ESPERANZA

Despertó a oscuras, como cada mañana en los últimos cinco años. Aún podía recordar los colores de su sueño, aunque sospechaba que no eran exactamente como ella los veía dentro de su cabeza. Con el tiempo los habría ido cambiando sin darse cuenta, pero no le importaba. Sus colores, los que ella veía, eran hermosos. Y no necesitaba más. Se levantó de la cama, y tanteando con el pie consiguió encontrar la vara que Oby, su perro, había tirado sin querer al subirse a los pies de su cama antes de dormir. Oby, su mestizo de pastor alemán con mastín, se llamaba en realidad "Observador". Una forma de broma que gastaba la niña al universo, para hacerle entender que aun siendo ciega tenía más ojos que veían el mundo por ella. Se agachó y cogió la vara antes de dirigirse a la cocina. Lara, su hermana mayor, quien cuidaba de ella desde la muerte de sus padres, había dejado todo a mano para que la niña lo encontrase, antes de irse al pueblo a vender la lana de sus ovejas. La pequeña cogió un pedazo grande de hogaza y un buen pedazo de queso y los enrolló con un trozo de tela que ató y metió en su zurrón, junto con una manta ligera, el pellejo de agua y su flauta de madera de olivo, la cual sacaba un sonido suave y melodioso que parecía transportar a sus oyentes a un lugar lleno de paz y hermosura. Ya en el monte, rodeada de sus casi cuarenta ovejas, se subió a lo alto de una gran roca y se sentó en ella, sacó la flauta y empezó a tocar. Cada nota, cada sonido, creaba en su mente un color diferente, que se expandía y cambiaba de forma según el tiempo que durase ese sonido, o la fuerza, el énfasis, que ella ponía en algunas partes puntuales del inexistente pentagrama. Sólo cuando hubo perdido la vista se dio cuenta, por este mismo extraño fenómeno, que había música en cada uno de sus sueños. Porque no había imágenes claras, si no formas cambiantes de distintos colores, exactamente igual que cuando tocaba la flauta para Oby y las ovejas, las que en ese mismo momento pastaban tranquilas y en silencio a su alrededor, sin emitir ni un solo valido que pudiese perturbar la magia que la niña creaba con su música. De repente, un fuerte golpe de viento empujó a la pequeña obligándola a soltar la flauta para agarrarse a la roca y no caerse de la misma. Algo extraño ocurrió entonces. Las imágenes brillantes y fantásticas de su mente se transformaron en un borrón de tonos grises y sucios que aprisionaron con unas garras heladas su corazón, parándolo por un momento. Un gruñido. Oby empezó a ladrar y la niña sintió cómo se ponía delante de ella, empujando su cuerpo hacia atrás como si quisiese protegerla de algo. Notó bajo las rodillas, allí donde el vestido no la cubría, el pelo erizado del animal azotándola con cada ladrido. Tragó saliva con cierta dificultad antes de hablar. -Ho...ola. -Dijo alzando su temblorosa voz por encima de los ladridos. -Se me ha caído la flauta, ¿Puedes ayudarme? Colocó despacio su mano extendida sobre el lomo de Oby y lo palmeó un par de veces con suavidad. El animal giró la cabeza sólo un instante, sin llegar a perder de vista aquello que tanto lo inquietaba, y guardó silencio. La niña alzó su brazo y esperó unos momentos con la mano abierta, pero no escuchaba nada, no olía nada y no sentía más presencia que la de Oby y las ovejas que se extendían en grupo a su izquierda, tras el susto y el revuelo que había creado el perro. Pasado un rato y casi convencida de que no había nadie más allí comenzó a bajar el brazo. Pero el tacto suave y liso de la flauta se arrastró de pronto sobre su mano provocándole un escalofrío en la nuca. -Gracias. -Dijo con un hilo de voz. -Me llamo Yunn, ¿Quién eres? Nadie respondió. Un nuevo gruñido surgió del fondo de la garganta de Oby, al tiempo que el gris sucio y enmarañado que veía la niña en su cabeza se fue haciendo más oscuro y denso. Su forma abstracta comenzaba a cobrar vida, transformándose poco a poco en una especie de figura humanoide, no más grande de lo que creía sería ella misma. La pequeña, dejó escapar un gemido al percatarse de que estaba viendo imágenes en su cabeza sin que estuviera tocando la flauta. Comenzó a sentir miedo, mientras la imagen de su cabeza iba creciendo y oscureciéndose como una maldad que nunca antes había visto, y se cernía sobre ella como un manto fúnebre. Las ovejas comenzaron a valar asustadas cuando una nueva ráfaga de viento sopló con fuerza haciendo sonar la flauta con un silbido desgarrado, al pasar por su interior. Yunn estaba tan aterrorizada ahora, que temblaba. Pero la solidez de la flauta en su mano, de algún modo le proporcionó la calma que necesitaba para no salir corriendo, sabiendo que no llegaría muy lejos antes de que lo que fuera que estaba frente a ella la alcanzara. La niña intentó respirar profundo, pero el aire entraba y salía de sus pulmones de forma entrecortada. Sin pensar, se llevó la flauta a la boca y comenzó a tocar de nuevo, insegura y tímida al principio, hasta que la misma música la tranquilizó lo suficiente para tocar con más energía y seguridad. La figura de su cabeza alargó sus brazos hacia ella hasta que casi pudo tocar su rostro y, a pesar de que sabía que sólo estaba ocurriendo en su mente, no pudo evitar estremecerse. Fuera, en el mundo real, el viento comenzó a oler a ozono avisando de la tormenta que se avecinaba, y las ovejas se alejaban hacia los árboles sin esperar la orden de su cuidadora. Pero no Oby. Él nunca la abandonaría. Un nuevo golpe de viento empujó a la pequeña hacia atrás y arrancó la flauta de sus labios con un gemido. Escuchó cómo el perro comenzaba a ladrar de nuevo, apremiante y asustado, y acto seguido se escucharon sus fauces cerrándose en el aire, una vez, y otra más, y otra... La desesperación del animal por frenar la amenaza incorpórea podía sentirse en el ambiente, hasta que la figura de su cabeza la alcanzó. Se hizo el silencio en torno a la niña y ésta se sintió flotar en la nada. Una nada blanca y brillante que le dañaba los ojos, acostumbrados como estaban a la oscuridad. La extraña figura apareció de nuevo ante ella, en la eterna blancura que se había instaurado mágicamente tras sus párpados. Un niño aparentemente de su misma edad se creó a partir de ella, y sus ojos, profundos como un océano primigenio, la observaban desde una lejana eternidad que ella jamás llegaría a comprender. -¿Qué le has hecho a Oby? -Preguntó ella, siguiendo el eco de sus palabras resonando entre las paredes, blancas ahora, de su cabeza. -No hay sitio en este lugar para él. -Respondió una voz rota y arrastrada que parecía provenir del chico, a pesar de que sus labios seguían cerrados. -Sólo para nosotros... Sólo Para ti. -¿Qué quieres de mí? -La voz le salió estrangulada debido al llanto. Nunca se había sentido tan sola como en ese momento, sin saber dónde estaba, o qué había pasado con Oby. -Que vengas conmigo. -inquirió el niño, cuya silueta comenzaba a desdibujarse como la tinta bajo unas gotas de agua. -Tú controlas este lugar. No tengo elección. -Replicó ella en un susurro. -No te llevaré por la fuerza, si no quieres venir, pero puedo dejarte aquí encerrada, en esta cárcel creada sólo para ti lo que te quede de vida. La silueta que había ante ella, supuso que imaginada sólo para convencerla de irse con él, ya no parecía un niño en absoluto. Era tan solo una sombra terrible y aterradora que nuevamente crecía ante ella como los nubarrones de una tormenta. -Decídete. -Susurró el ser, fuera lo que fuese, al tiempo que iba acercándose a Yunn con los ojos aún profundos y oscuros. A punto de decir las palabras "llévame entonces", por el aterrador sentimiento de soledad que atenazaba su corazón en aquella cárcel blanca, sintió humedad en su rostro. No eran lágrimas, pues éstas eran calientes y dejaban un rastro de escozor por donde pasaban. Esto era distinto. Era frío, era limpio... ¡Lluvia! Al instante comprendió que no había ido a ningún sitio. Seguía ahí donde sus ovejas pastaban cada mañana, mientras ella tocaba la flauta desde su enorme roca. La flauta... Aún la tenía en su mano, en la real, fuera de la cárcel de su cabeza. Cerró los ojos dentro de sus ojos cerrados, y concentrándose alzó la mano muy despacio para no alertar a la criatura, que había empezado a andar hacia ella, hasta que sintió la solidez de la madera en sus labios. Con el primer sonido todo se desvaneció, y volvió al mundo real, donde el asustado Oby no había dejado de ladrar y la tormenta comenzaba a cubrir todo con sus lágrimas de pureza. La pequeña Yunn saltó de la roca al escuchar a las ovejas volver a la casa sin esperar órdenes, asustadas ante los truenos que se acercaban más a cada instante, e intentó correr hacia ellas, pero no tenía la vara y se tropezaba con cada piedra y cada mata que cubrían el lugar. Se agachó tanteando el suelo a gatas, pero de repente, en su cabeza, la criatura apareció como un gigante oscuro ante ella dejándola sin respiración. El saber que no estaba físicamente allí, sino sólo en su cabeza, no le hacía sentir menos terror. Y el hecho de que Oby siguiese en su estado de histeria, no la ayudaba a serenarse en absoluto. La oscura criatura se volvió un momento hacia donde los ladridos del perro se hacían cada vez más insoportables, y volviéndose de nuevo hacia la niña habló con voz más penetrante y oscura que la anterior. -¡Hazlo callar, o le arrancaré la garganta y pintaré tu rostro con ella! Yunn no sabía qué hacer. El perro no podía hacerle nada a la criatura, pero algo le decía que la criatura sí podría hacerle algo a él si no conseguía que dejara de ladrar. Pero sabía que era imposible calmarlo en ese estado. Y el hecho de quedarse sola otra vez, escuchando cómo el ser mataba a su perro, casi la hacía enloquecer. Un grito de pura rabia y frustración salió de su garganta sin poder evitarlo. -¡¡Llévalas a casa!! -Ordenó la niña al perro, señalando en la que creyó que era la dirección correcta. El perro dejó de ladrar un instante y luego comenzó a gimotear sin saber qué debía hacer. No quería abandonar a su amiga, pero jamás la había desobedecido, y el tono de su voz no dejaba lugar a dudas de lo que ella quería. -¡Oby! -Gritó de nuevo, y luego en un tono de súplica ahogado por las lágrimas repitió, -A casa. Ve a casa, por favor... El perro, sin dejar de ladrar y gemir, todo mezclado, comenzó el descenso hacia las ovejas, camino de la casa. Yunn lo escuchó marchar con el dolor de un millar de cristales clavándose en su corazón, y una pizca de alivio, sabiendo que al hacerlo marchar estaba salvando su vida. Luego, viendo en su cabeza cómo la criatura se giraba de nuevo hacia ella, echó a andar hacia atrás retrocediendo hacia los árboles. El viento se coló entonces por el hueco de la flauta sacándole otra nota desgarrada, y entonces se dio cuenta. Cada vez que comenzaba a tocar, un viento inexplicable y feroz salido de la nada le arrancaba la flauta de la boca impidiéndoselo. Así que sin pensarlo dos veces, de nuevo se llevó la flauta a los labios y comenzó a tocar. Pero algo no concordaba. ¿Por qué le había devuelto la flauta la primera vez, si su sonido le irritaba tanto? Dejó de tocar. -¿Por qué me la has devuelto, si te molesta su sonido? -Preguntó extendiendo el brazo con la flauta agarrada con fuerza entre sus dedos. No le importaba, en realidad sólo quería ganar algo de tiempo para poder pensar qué hacer. El ser inclinó la cabeza como si no comprendiese la pregunta. De repente una voz, joven y suave esta vez, sonó dentro de la cabeza de la niña sobresaltándola de tal manera que a punto estuvo de dejar caer la flauta otra vez. -No fue él. -Inquirió esta nueva voz. -Fui yo. -Y tú... ¿Quién eres? -Soy la última chica que le dijo, "Sí", y he venido para salvarte. Para advertirte que es mejor la muerte, que ir con él. -Pero ¿Qué es lo que quiere de mí? -Preguntó en tono desesperado. -Tu juventud, tu alma. Así es como se alimenta. Te encerrará en un pozo manteniéndote aterrorizada y cada noche, durante el resto de tu vida, absorberá tu miedo y con él, tu juventud. Irán pasando los años, y por cada uno que pase, él absorberá diez de los tuyos. y si tienes suerte serás débil y enfermiza y morirás al poco tiempo... A mí me mantuvo viva durante ocho años. Cuando tendría que haber tenido dieciocho, parecía tener ochenta. Desde que apareció, todo el tiempo que has estado asustada, él ha estado alimentándose de ti, mermando tu capacidad de negarte a acompañarlo. por eso te di la flauta, porque parecía darte la fortaleza que necesitabas para rechazarlo, y porque cada vez que la tocas, te haces fuerte ante él, valiente. Y alguien que se alimenta del miedo, enferma con la valentía. Yunn pudo ver en su mente toda la historia del espíritu de la chica, al mismo tiempo que se lo relataba. Cómo la hacía ver y sentir cosas terribles todo el tiempo para mantenerla aterrorizada. cómo después la agarraba del cuello levantándole la barbilla para absorberle la vida, mientras ella, desesperanzada y agónica con el terror constantemente retorciéndole y atenazándole el alma, rezaba a cualquier Dios que quisiera escucharla para que la liberase de su cruel y miserable existencia. Las lágrimas de la niña brotaron de nuevo de sus ojos, pero ésta vez no por el temor, sino por la rabia. -Ya te ha mostrado el pozo, cuando te ha encerrado en tu propia mente. ¿No es así? -¿El pozo? No, sólo... Sólo era una inmensidad blanca y vacía. Un pozo nunca me habría provocado tanto terror como eso. -Pudo sentir o... imaginar, no estaba segura, cómo la otra chica asentía. -Tiene sentido. Ese era tu pozo oscuro personal. El lugar que pueda hacerte sentir más miedo que cualquier otra cosa. Eres ciega, estás acostumbrada a la oscuridad, y al espacio reducido y repleto de todo cuanto puedas imaginar, de tu mente. Un espacio blanco, enorme y vacío... Lo comprendo. Yunn también lo comprendió. El monstruo la amenazaba con dejarla en "su propio pozo" si no accedía a ir con él, cuando ese era exactamente el lugar al que iría si aceptaba acompañarlo. Un engaño. No podía obligarla, había dicho. Pero sí engañarla para aceptar. -Si. También yo lo comprendo ahora. -Dijo en lo que le sonó como a un gruñido Iracundo. Llevándose la flauta a los labios por última vez, tocó como nunca antes lo había hecho. con una fuerza que no creía poseer y con la valentía de dos jóvenes, una viva y otra muerta, unidas por un destino roto que nadie debería sufrir. Tocó mientras la melodía se hacía imágenes en su cerebro, alejando el miedo y la soledad de su alma, transformando a la horrenda criatura en algo casi hermoso, con la oscuridad transformándose en luz y color y con la esperanza abriéndose paso a través del velo de la pérdida y el dolor en una vida que apenas había comenzado. Tocó, hasta que finalmente el ser oscuro desapareció entre agónicos gemidos y el espíritu de la joven torturada se evaporó, con una sonrisa de alivio en sus labios. Y siguió tocando, hasta que escuchó los conocidos ladridos de Oby subiendo por la ladera, en busca de su amiga, ansioso por llevarla de nuevo a casa donde poder mantenerla segura y a salvo de cualquier mal. Yunn sabía que no había matado a la criatura. Sólo la había alejado de sí. Pero también sabía con toda certeza, que nunca volvería a por ella. Sólo esperaba que la otra chica, su espíritu, ayudase a sus próximas víctimas a rechazarlo, tal y como había hecho con ella. Sin soltar la flauta, acarició la peluda cabeza de Oby y cogió la vara de su hocico, que había recuperado para ella, y juntos emprendieron el camino de vuelta a casa, con una sonrisa en los labios a pesar de las lágrimas, y la valentía, a partir de ese momento inquebrantable, en su corazón.

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