-Ya es la hora, acercaos y os contaré una preciosa historia de amor, la historia de amor… -¡Más bonita del mundo!. -Dijo Nayara, muy entusiasmada, sin poder evitar interrumpir a Nela. -Calla y deja que la cuente mamá. -Dijo airada Estela, una niña de largo cabello rubio lleno de rizos, que bailoteaban sobre sus hombros y espalda mientras reprendía a su hermana menor amonestándola con su dedo índice. Aquellas niñas eran las hijas de Nela. Las niñas mas bonitas y encantadoras de todo el pueblo. Esto, no era algo dicho por su madre, ya que era ciega y nunca había podido ver el rostro de sus hijas más allá de su propia imaginación y el delicado relieve que discurría bajo el tacto de sus dedos, sino que era comentado por todos los ancianos del lugar, y pensado con un poco de envidia pero no dicho en voz alta, por el resto de madres. Todo el mundo en el pueblo pensaba que el padre de las pequeñas debía de haber sido un hombre guapísimo, pues, Nela, aunque era una mujer llena de virtudes, no era en lo referente a su fisonomía, la mujer más llamativa. Ella escuchaba y sentía a sus hijas llena de orgullo, y se preguntaba cómo era posible que sólo habiendo un año de diferencia entre ellas, fueran tan diferentes en cuanto a madurez. Estela aparentaba tener al menos quince años de edad, cuando en realidad, aún no había cumplido los once. Mientras que su hermana Nayara, aparentaba los casi diez, que orgullosamente anunciaba a todo aquel que le preguntara. Nela, ya llevaba más de un mes contándoles cada noche, sin falta, aquella hermosa historia. La historia de su vida. Se preguntaba cuándo se hartarían de escucharla. Pero por el momento, siempre después de cenar y antes de dormir, mientras esperaban la llegada de su padre, le pedían que se la contara. Y por supuesto, mientras ellas quisieran oírla, Nela seguiría haciéndolo. Así que ella , hizo como cada noche, y revivió en su cabeza su propia historia. Una historia llena de un gran amor, pero también de un gran sufrimiento; mientras que por otro lado, narraba a sus hijas la misma preciosa historia, sólo que ahorrándoles la parte del sufrimiento. Ya tendrían tiempo de descubrir la crudeza de la vida, por mucho que ella desease que siguiesen siendo siempre las preciosas niñas, jóvenes, ingenuas e inocentes, que eran ahora. Y así, comenzó a narrarles su historia. Nela tenía trece años cuando
conoció a George, el cual tenía su misma edad. Este, fue uno de esos amores a primera vista, fue de esos amores de juventud, donde sólo hay amor y nada más. Miradas, sonrisas, suspiros dejados al viento, soñando con qué traería el día siguiente, y el siguiente a ese, y todos los demás… Y así crecieron, amándose y aprendiendo a amarse, y siéndolo todo el uno para el otro. Y no deseando nada más, que el hermoso romance que ya tenían.
Hasta que finalmente, a los dieciséis años, llegó el día de sus nupcias. Fue la boda más austera que jamás se había celebrado en el pueblo, y aún así, a ellos les pareció la más hermosa de todas las celebraciones. No podrían decir ni quién asistió a la misma, puesto que Nela no podía ver, y George no pudo dejar de mirarla, durante todo momento, ni un solo instante.
Ninguno se separó del lado del otro durante toda la celebración. Recibían buenos deseos y enhorabuenas de parte de los asistentes, pero para ellos, era como el que oye llover. Lo cierto, es que sólo accedieron a celebrarla porque a la madre de Nela le hacía mucha ilusión. Ellos, sólo querían vivir su idilio, a ellos, no les importaba nada más que ellos.
En los siguientes cinco años, todo fue pobreza y trabajo duro, pero sobre todo, felicidad, muchísima felicidad.
Hasta que un día llegó un grupo de soldados.
Se había declarado la llamada guerra de la independencia, y alguien que parecía estar al mando, y que portaba al menos veinte medallas en su casaca, tras presentarse ante la puerta de los enamorados comunicó muy cortésmente a George que necesitaban la ayuda de cualquier hombre capaz de portar un arma, para poder ganar aquella guerra contra los enemigos del país, que resultaban ser, según dijo aquel mismo hombre, todos aquellos traidores que se oponían, o bien, rehusaban a ayudarles, no dejándole ningún tipo de opción.
George, entendió que saldría por aquella puerta quisiera o no, bien para ayudarles, o bien para ser ahorcado por traición a su patria, posiblemente en ese mismo olmo que se encontraba delante de su propio porche, ese que tantas veces le había dado sombra en verano, mientras silencioso contemplaba tejer a su esposa con tanta maña, que a veces le asombraba que realmente no pudiese ver.
Ahora tenía que separarse de ella. De su amada esposa, de su amada Nela, para luchar por su patria. Esa misma patria que había decidido montar una guerra por ideas políticas que él no entendía, para después mandar a hombres inocentes a luchar y morir por esas mismas convicciones de dudosa moralidad, sin preguntarles siquiera si deseaban hacerlo, si deseaban abandonar sus hogares, sus familias, mientras que esa patria cobarde se quedaba a salvo en casa.
Así que George, sin posibilidad alguna de negarse, accedió.
Apenas tuvo tiempo de despedirse de Nela. Tan sólo se puso un uniforme y unas botas que le dieron en ese mismo instante, besó a Nela, como el que besa a una persona a la que sabe que no volverá a ver, y se fue a luchar por unos ideales que no eran los suyos. Y por una patria, que jamás había movido un solo dedo por ellos, por muchas penalidades que pudiesen haber sufrido a lo largo de su vida. Penalidades que superaron gracias al amor que se profesaban, y que ahora, les arrebataban de las manos sin piedad, y sin remordimiento alguno.
Nela, pese a ser ciega se valía bien por sí misma, pero aún así se vio obligada a ir a vivir con su madre y sus hermanas por insistencia de estas. Más preocupadas por el daño que puede causar la soledad, que por cualquier otro impedimento que pudiese tener en su vida diaria.
Y así, llena de tristeza, pasaba los días esperando noticias de su amado. Soñando con su vuelta a casa, al hogar. Soñando con su vuelta a ella.
Y así, fueron pasando los meses con tortuosa lentitud hasta completar un año, y después otro año, y luego otro más. Y cuando estaba a punto de cumplirse el cuarto año, llegó una carta.
"Mi querida, Nela.
Te extraño muchísimo, te necesito tanto, añoro tu sonrisa, tus labios y tus besos. Pronto volveré a casa, por favor espérame, mi querida Nela".
Nela no pudo evitar romper a llorar desconsoladamente. Su madre miró a las hermanas de Nela, mientras decía, "es normal después de cuatro años sin noticias de George".
Nela, no dijo nada al respecto.
Y justo al mes de la primera carta, llegó otra más.
"Mi querida, Nela.
Te extraño muchísimo, te necesito tanto, añoro verme reflejado en tu mirar, añoro ver el color de tus pupilas, añoro perderme en ese mar de azul intenso que son tus ojos. Pronto volveré a casa, por favor espérame, mi querida Nela".
Nela, una vez más, lloró desconsoladamente cuando su hermana terminó de leer la carta. Su madre, miró a la hermana de Nela, pero esta vez no dijo nada. Tan sólo hizo un gesto de incomprensión y la dejaron a solas con sus pensamientos. Y justo al mes de la segunda carta, llegó otra más. "Mi querida, Nela. Te extraño muchísimo, te necesito tanto, añoro tus manos, tu frescura, tus caricias, tu calor, tengo frío, un frío al que sólo tus abrazos pueden poner fin. Pronto volveré a casa, por favor espérame, mi querida Nela". Y Nela, volvió a llorar desconsoladamente. Y así siguió, carta tras carta, mes tras mes. Hasta que llegó la sexta carta. Esta vez, Nela no lloró. Incluso le brillaron un poco los ojos, no por lágrimas, sino por esperanza. No por añoranza, sino por ilusión. Así transcurrieron los meses, recibiendo una carta siempre en la primera semana de cada mes. Y con cada nueva carta, Nela sentía revivir de nuevo el sentimiento de amor. Después de transcurrir once meses, y por lo tanto once cartas, llegó la primera semana del mes número doce. Nela pasaba las mañanas sentada en el porche esperando con anhelo su carta, la cual le entregaba el cartero siempre y sin falta. Y, a pesar de que no podía leerlas, siempre las recogía ella misma en persona. Pero esa semana no llegó ninguna carta, ni la siguiente, hasta la tercera semana no llegó su querida carta. Aunque esta, era distinta a todas las demás, y extrañamente, algo la hizo temblar por dentro al recibirla. La traía un hombre que no era el cartero. -Esta carta es para usted, Nela. -Dijo una voz gutural, pero Nela no sintió miedo. Extendió las manos en busca de la carta, pero cuando las manos de aquel hombre depositaron la carta en las de ella, ésta la dejó caer al suelo, y en un rápido movimiento, atrapó las manos de aquel extraño. El hombre intentó zafarse, pero Nela lo agarraba con decisión, con fuerza, pero con delicadeza. Y él, finalmente, por miedo a dañarla, dejó de resistirse. Nela notó cómo el extraño se rendía, y comenzó a palpar aquellas manos, llenas de lo que parecían extraños relieves. Jamás había tocado una piel igual, llena de surcos e irregularidades. Nela, cual experimentado pescador, empezó una pequeña lucha con aquel extraño. Cuando él se resistía, ella lo agarraba fuertemente, pero siempre con delicadeza, y cuando él se rendía, ella lo iba atrayendo cada vez más hacia sí misma, tanteando su cuerpo, mediante sus manos, de la manera más dulce que podía, siempre en dirección a su rostro. Comenzó a ascender por los brazos del desconocido en busca de su rostro, y él intentó nuevamente retroceder, pero Nela, lo agarraba fuertemente cada vez que intentaba zafarse, y continuaba avanzando cuando se rendía por miedo a causarle algún tipo de daño. Finalmente, la decidida joven, consiguió llegar a tocar la cara de aquel hombre. El tacto, era aún peor que el de las manos. Los surcos, la extraña rugosidad que cubría su piel, que se extendía a lo largo de todo su rostro… Las lágrimas surgieron de sus ojos sin poder retenerlas tras sus párpados, fuerte e inútilmente cerrados. Y cuando el extraño decidió marcharse, seguro de que aquellas lágrimas eran originadas por el horror de su rostro, se quedó paralizado cuando ella se abalanzó sobre él, abrazándolo con todas sus fuerzas mientras con voz ahogada decía una y otra vez; -"Mi querido George, te he estado esperando tal y como me pediste, mi vida, te he estado esperando, mi amor". Los primeros meses fueron complicados, aunque George la colmaba de atenciones, la cuidaba y la atendía como si ella fuera una princesa. Y Nela, se sentía amada, cuidada y atendida como nunca antes. Sentía como cada día crecía más su amor hacia aquel hombre que la trataba de aquella manera tan maravillosa. Tanto su madre como sus hermanas hablaban entre cuchicheos cuando pensaban que ella no podía escucharlas, de lo desfigurado que tenía el pobre George el rostro. Eso a Nela no le importaba, era lo bueno de su ceguera, había aprendido a ver sólo con su corazón, y éste veía en George, gracias a su carácter y bondad, al hombre más apuesto del mundo. Pero Nela, pese a ser tratada como una princesa, se sentía desdichada, pues pese a ser atendida siempre con delicadeza, con ternura extrema y con un amor sin medida por parte de George, lo cual, dejaba de manifiesto que la amaba más que a su propia vida, éste rehuía cualquier muestra de contacto físico con ella, incluso si ella simplemente lo acariciaba con sus manos, él comenzaba a temblar y salía corriendo, alegando que tenía que ir a por agua, o a dar de comer a los animales, o cualquier otra excusa que se le ocurriera. George por su parte, amaba a Nela como nunca había amado antes a nadie. Todo en ella era perfección ante sus ojos, el simple hecho de poder cuidarla era suficiente para él. Deseaba mucho más, por supuesto, pues pensaba que para que exista el amor, ha de existir por un lado deseo, y por otro, necesidad de besos y abrazos de la persona a la que se ama. Pero cada vez que ella lo tocaba, se sentía sucio, rastrero y cobarde, y por mucho que la deseara, no podía engañarla de esa forma. Si por él fuera, sería capaz de controlar aquel deseo que sentía hacia ella. Él se hubiese contentado con tan sólo seguir cuidándola, pero ella estaba sufriendo por aquella situación, por lo que decidió que aquella noche le contaría la verdad, aunque la perdiera para siempre. Y así fue como ocurrió. Esa noche, cuando ya estaban en la cama, Nela se acurrucó en el pecho de él, el cual empezó a besar con ternura. Él ya no podía más, se sentía vil, y finalmente reunió el valor para decirle todo cuanto había estado reteniendo en su interior, hasta casi consumirlo, por culpa del temor que sentía a revelarle la verdad a su amada. -Nela, tengo que contarte algo. No soy una buena persona. Nela, yo… Nela había silenciado sus palabras colocando su mano sobre su boca, con una ternura semejante al tacto que le hubiese provocado el roce de una pluma.
-Sé que no eres mi George, lo supe con tu primera carta. Él nunca supo escribir ni leer. Y también, supe que había muerto. Algo en mí me lo dijo. Desde tu primera carta lloré su muerte, nunca lo olvidaré, pero me fui enamorando de ti. Primero de tus cartas, y después de tu forma de ser. Ahora sé que se puede amar a más de una persona, pues te amo tanto como lo amé a él. Sólo susúrrame tu nombre, -dijo mientras le quitaba la mano de la boca y acercaba su oído a ella. -Y ahora, amémonos como se aman dos personas que lo son todo el uno para el otro, y que ya conocen sus nombres. De esa maravillosa noche, surgió Estela, su hermosa primogénita. Y desde ese momento, ella lo llamó por su propio nombre. Cuando alguien preguntaba, ella decía que era un apodo cariñoso, y nunca contaron a nadie la verdad. Ellos la sabían, y con eso, les bastaba a ambos. La puerta de la casa se abrió, y por ella entró un hombre con el rostro totalmente desfigurado. Las dos niñas, concentradas como estaban, en la historia que les estaba contando su madre, no pudieron evitar sobresaltarse ante el chirriar de la puerta, pero en cuanto reconocieron a la persona que acababa de atravesarla, salieron corriendo en su dirección y se abalanzaron a su cuello entre risas y alegrías. -¡Papá, papá, mamá nos estaba contando vuestra historia de amor! -gritó la pequeña Nayara, feliz por su vuelta. Él, besó a ambas niñas con ternura en la frente, sintiéndose muy afortunado. Se acercó a Nela, y la besó con tanta pasión, como siempre lo hacía desde que ambos sabían sus nombres. Nela se acercó a su amado, y rodeándolo en un cálido abrazo, le susurró: -“Mi querido Marcus, te he estado esperando, como me pediste, mi vida".
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