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Foto del escritorNayma Luna

Camino de un futuro utópico

Actualizado: 6 dic 2019

Miro a mi alrededor. Todo es tan distinto, tan... Tan liberador... Aún no puedo creer que esté aquí. He escapado. Ya no seré vendida a un viejo a cambio de... Qué más da. Ya no seré vendida a nadie. Por nada. Mi padre, aquel que se supone debía cuidar de mi, tratándome tan sólo como una simple moneda de cambio. Sé que me quería... Que me quiere, pero eso no le impidió hacer tratos para entregarme como poco más que una esclava sexual a aquel que mejor mercancía tuviese para pagarle por mi. Miro de nuevo a mi alrededor. El parque está lleno de padres y madres con sus hijos, jugando con ellos, mostrándoles el mundo, tal y como lo estoy descubriendo yo ahora, tan lejos de mi país. Apenas comprendo el idioma, pero me e comprometido conmigo misma a aprenderlo lo antes posible para hacer el examen que me permita vivir aquí, encontrar un trabajo y... Un trabajo. Yo, una mujer, que nunca he tenido derecho a nada en toda mi vida, trabajando y ganado dinero. Viviendo en mi propia casa. Casándome con alguien a quien ame y a quién yo misma elija... No consigo imaginarme ese futuro utópico, tan imposible hasta hace tan sólo dos días, cuando llegué aquí, este hermoso país que me ofrece la libertad que me fue arrebatada en el mismo momento de mi alumbramiento por el simple hecho de ser mujer. Veo a otras mujeres como yo, vestidas con pantalón, con faldas cortísimas, con vestidos de colores tan vivos que deslumbran. Con el pelo largo y suelto ondeando al viento como si unas manos invisibles lo acariciasen con cariño y delicadeza... Que hermoso es todo, que sencillo parecer vivir siguiendo tus propias decisiones y no lo que te ordenen. Comienzo a caminar hacia la casa en la que mi amiga por correspondencia me prometió una habitación y sonrío. El ruido de los coches me desorienta un poco, y la gente, camino de sus casas después de un largo día de trabajo, parece que crece por momentos a cada paso que doy. Pero no importa. Me abruma tanta actividad a mi alrededor pero la sonrisa sigue sin abandonar mis labios ni un momento. Y ahí, al final de la calle, frente a la puerta de un alto edifico de piedra blanca y brillante, se encuentra mi amiga alzando la mano con alegría y viniendo hacia mí con largos pasos para darme la bienvenida. Salto hacia ella y la abrazo con las lágrimas de felicidad y nerviosismo abandonando mis ojos, mientras ella ríe secándolas con sus propios dedos. Estoy aquí. Soy feliz. Y por primera vez en toda mi vida, soy libre.

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