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Sueño con nubes de color ámbar

  Miro por la ventana.

El sol, oculto entre las pálidas nubes dota a estas de un color ambarino irreal que cuesta dejar de mirar.

La añoranza llena de tristeza mi corazón, como cada vez... cada breve momento que me permiten mirar el cielo desde mi diminuta celda, en la que apenas puedo dar más de cuatro pasos sin chocarme con una de las paredes que la conforman.

Miro a mi alrededor sintiendo cómo la desgracia se ha instalado en mi vida, asfixiándome con la falta de esperanza.

Me acurruco en el montón de paja que tengo por cama y escondo la cabeza en uno de mis brazos, intentando ignorar el hedor que se extiende por todo el habitáculo, tan pequeño como es, al que sin darme otra opción he acabado por llamar hogar.

Una vez más han olvidado deshacerse de los excrementos, y ya casi no queda espacio para moverme. Si no lo hacen pronto, tendré que acabar subiéndome a la madera que colgaron del techo para que pudiese hacer algo de ejercicio.

Que amable por su parte, ya que apenas puedo moverme del sitio en el que me encerraron sin más razón que el color de mi rostro, aplaudiendo ante mis gritos de súplica y golpeando los barrotes de la celda cada vez que callo para intentar dormir.

Ni eso me permiten ya.

Ojalá pudiese morir.


  Escucho pasos y levanto la cabeza lo justo para ver cómo la mujer más mayor se acerca a mi puerta con cara amable. Y yo sigo sin comprender el porqué de esa expresión. ¿Acaso no ve lo que me está haciendo? ¿No comprende que soy un ser vivo y necesito de mi libertad para vivir? ¿Es que no ve que me estoy muriendo en vida para satisfacer los deseos de una gente, que se olvidó de mí a la semana escasa de haberme encerrado?

Al fin parece que se va a dignar a limpiar mis desechos. Quizá así pueda volver a respirar de nuevo...


  Abre la puerta azuzándome para que me quede pegada al rincón opuesto y comienza a limpiar mi celda sin quitarme la vista de encima. La otra, la más joven, viene corriendo y riendo mientras se abanica con un libro la cara perlada de sudor, tira su bolsa, esa que es del mismo color que yo, sobre la mesa, y se dirige hacia la ventana situada más allá de mi prisión, más allá de los barrotes que me mantienen enjaulada mientras mi alma se vuelve más y más pequeña debido al tormento insoportable en el que han convertido mi existencia. La abre de par en par y saca la cabeza para refrescarse mientras sonríe, ignorante de la atroz tortura a la que me somete con esa simple visión.

Pero en un descuido, sin recordar siquiera mi existencia y mucho menos mi agonía intrascendente, la deja abierta.


  Miro asustada a la mujer que con poco esfuerzo y cuidado me arregla la paja que hace las veces de cama y tomo la decisión. No tengo nada que perder, ya estoy muerta.

Sin darle tiempo a reaccionar, esquivo la mano de mi cruel captora, doy un salto desde la puerta y voy a toda velocidad hacia la ventana.

Todo el tiempo que me han mantenido encerrada ha atrofiado mis músculos dificultándome más aún la escapada, pero bato con fiereza las alas, poniendo en cada impulso toda la fuerza de voluntad y la desesperación que llenan mis venas, y esquivando las manos enormes de la mujer, y las otras más pequeñas de la más joven, consigo llegar hasta la ventana y saltar al exterior.


  Siento el viento bajo mi cuerpo y la euforia de la caída me hace llorar de felicidad. ¡¡Soy libre!!

Bato las alas de nuevo, mis músculos recordando con cada uno de sus movimientos y alejándome de esa cruel prisión, que me hizo desear dejar de soñar con la libertad hasta este momento inalcanzable, por el dolor y la pena que me provocaba en cada despertar.

Miro hacia adelante y por un momento dejo de batir las alas dejándome llevar por el viento que acaricia cada rincón de mi cuerpo, despeinando mis plumas y provocándome ese tan añorado cosquilleo que apenas recordaba ya. Y sin pensar en nada, lanzando mi tristeza y los malos recuerdos de la terrible experiencia vivida al olvido que dejo tras de mí, en la ventana desde la cual mis captores aún gritan el nombre que me impusieron, como si así fuese a volver por propia voluntad o sin luchar, me sumerjo en el baño de pureza que da la libertad, y vuelo hacia las ambarinas nubes que tan imposibles se me antojaban hasta hace unos pocos segundos, y que ahora siento tan cerca que casi las puedo tocar, casi al alcance de mis alas.

Vuelo, río, lloro, canto... ¡Soy libre, al fin soy libre! Y un único sentimiento se despierta en mi alma, gritándome desde dentro con toda la fuerza de mi piar.


  «Nunca dejes de volar»

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