Cuando llegaron a casa esa noche de Luna llena, el viento cerró la puerta de golpe con tanta fuerza que chocó con los talones de su amo, el cual extrañamente y sin decir ni una palabra  se dejó caer sobre el sofá mirando al techo con apatÃa.
Desde que entraron en casa estaba más frÃo, más distante. Nada de palabras tontas pero bonitas. Nada de rascarle entre las orejas, ni de "Muy bien, pequeño. Te has portado muy bien".
Se sentó junto a él, molesto por algo pero sin llegar a dilucidar qué era hasta que vio el pie de su amo moviéndose arriba y abajo a pocos centÃmetros de la pared, gesto que hacÃa muy a menudo, y algo en su mente se encendió arrojándole la respuesta como un jarro de agua frÃa. Temeroso, olisqueo el aire en un momento de gélido desconcierto y alzó las orejas mirando a su dueño con la confusión brillando en sus oscuros ojos. Si él estaba ahÃ... ¿Porque le llegaba su aroma desde el otro lado de la puerta?. Se levantó de un salto y corrió hacia allà dando con la pata gimoteando, hasta que su amo se levantó con un gruñido de disgusto y gritó: ¡No hay nadie en la puerta, pesado!. Abriéndola para mostrárselo... Y la sombra del hombre que habÃa quedado atrapada tras la puerta, en un movimiento fugaz apenas visible a ojos humanos, se adhirió de nuevo a sus pies haciendo a éste aspirar con fuerza sin saber siquiera que le habÃa ocurrido.
El hombre, tras apoyarse en el marco un momento, desprendiéndose del mareo que le habÃa provocado la confusión por lo que le habÃa sido devuelto, se agachó junto al perro y repitió, esta vez con el cariño y la dulzura que siempre lo caracterizó traspasando sus palabras: Lo ves, pequeño, no hay nadie. Venga, vamos a por algo rico que darte por ser tan buen chico.