Aún resonaba el portazo en sus oídos cuando llegó al parque y se sentó en el banco, ese banco que, triste o feliz, lo sabía todo sobre la joven, quien siempre iba ahí a contarle su vida al viento.
Si, estaba sola. Muy sola.
Tras comenzar la guerra, todos los jóvenes de su edad habían desaparecido del pueblo, unos para huir, otros para luchar. Y las chicas de su edad eran todas señoritas destacadas, cuya apariencia era de diez años más que la suya, con la ropa, el maquillaje y el comportamiento que mostraban en público.
Así que cuando todo comenzó se quedó sola. Más aún desde que...
Se secó las lágrimas con la mano e intentó apartar de sí los pensamientos oscuros. Ya había demasiada oscuridad en su alma. Sólo deseaba que todas las palabras que el viento recogía en sus alas le llegasen a él. Estuviese donde estuviese.
-Buenos días, ¿te importa que me siente? -La voz surgió de detrás de ella.
Se giró con una sonrisa amable antes de responder, a pesar del odio y la tristeza que llenaban su día.
-Claro... -La palabra murió en su garganta.
Ante la muchacha se encontraba un soldado que parecía necesitar desesperadamente un buen plato de comida caliente y una cama. Pero era él, era Tom. Su Tom.
Cuando él la miró, la misma incomprensión cubrió su rostro.
Hanna le hizo un hueco mientras intentaba que su corazón dejase de saltarse los latidos.
¿Cuánto tiempo hacía?, ¿Cuántos años habían pasado desde que el joven se fuera, obligado a luchar en una guerra que ni siquiera era suya?
-¿Cuándo has vuelto? -Preguntó al fin con voz frágil.
-Yo... Yo no se... -Parecía aturdido. -Eres tú, ¿Verdad?, de quien debo despedirme.
Hanna lo observó contrariada. ¿Qué le ocurría?, ¿Quizá sufrió alguna herida que lo dejó desorientado?
-Tom, soy yo, Hanna. ¿Qué te pasa?
Él no respondió. Probó de nuevo, sin apartar sus ojos castaños, de los verdes de él.
-¿Porqué has vuelto? ¿Ya te dejan volver a casa? ¿Ya a terminado la lucha?
-La lucha... Si. Mi lucha ya terminó. -Respondió el joven soldado, apenas un niño, de manera enigmática. -Ya lo recuerdo. Por eso estoy aquí.
-Entonces, ¿Te quedarás conmigo? -Preguntó Hanna con la ilusión traspasando su voz.
-No. No puedo quedarme contigo, Hanna. -Desvió la mirada al pálido manto de nieve que cubría el parque. Tan hermoso en aquella época del año, tan tranquilo... -Tampoco debería estar aquí. Pero... Tenía que despedirme de ti. Tenía que verte una vez más, y decirte cuánto te amé. Cuánto te amo todavía. Y necesitaba ver en tus ojos, que también tú me amaste.
Hanna lo miró sobresaltada sin saber muy bien qué decir. Nunca se habían llegado a sincerar, aunque de sobra sabían lo que significaban el uno para el otro.
-Tom... Claro que te amo. -Alcanzó a decir con las lágrimas escapando de sus precisos ojos, dejando un ligero escozor allí por donde pasaban. -¿Cómo no podría?
El joven esbozó una sonrisa triste, y sus ojos se empeñaron con el velo de la añoranza.
Hanna apoyó la cabeza en su hombro.
-Tom... ¿Porqué tienes que irte?, ¿Porque no puedes quedarte conmigo?
Él le besó la cabeza, sintiendo la suavidad de su pelo en los labios.
-Porque tú ya no estás. Porque tu ya te has ido, dulce Hanna.
A la joven se le congeló la sangre en las venas con esas palabras, y con la avalancha de recuerdos que trajeron con ellas. "El portazo, la bañera, la sangre, el parque... El portazo. La bañera. La sangre. El parque..." porque ahí era donde acababa todo, ¿Verdad?. Cuando la sangre teñía el agua y su vida se escapaba, ahí era donde su mente iba a pasar sus últimos momentos. Donde el viento recogía silencioso su último adiós a aquel, de quien ahora se despedía cara a cara.
-Sé que sólo es un sueño, -Continuó él, mientras Hanna asimilaba lo que en realidad ocurría. -Pero también sé que estás aquí, conmigo. Y espero que estas palabra te saquen del bucle en el que estas sumida, y te ayuden a avanzar al fin. -Tom cogió aire. -Te siento, te amo... Y te libero. Adiós, mi dulce Hanna. Espérame al otro lado, y renaceremos juntos de nuevo.
El susurro del viento acarició sus labios mientras dormía, recogiendo las palabras y llevándoselas a ella, dejando un rastro amargo, pero limpio al fin.
Cuando Tom despertó, por una vez en mucho tiempo no estaba envuelto en sudor.
Se sentía bien. Liberado y en paz.
De algún modo sabía que Hanna había avanzado al fin, dejando todo su dolor, toda su rabia y toda su desesperación perdidos en el tiempo, donde nunca más la volverían a alcanzar.
Se lavó la cara y se miró en el espejo. Algo en sus ojos había desaparecido. La oscuridad y la tristeza que allí habitaban desde la muerte de Hanna, se habían ido por fin.
Ambos eran libres ahora.
Tras meter la última mochila en el maletero del coche, antes de abandonar ese pueblo para siempre, se giró, lanzó un beso al viento y de nuevo esas palabras abandonaron sus labios en silencio.
«Adiós, Dulce Hanna»
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